martes, 7 de mayo de 2013

132. el acorazado del río


En la orilla de un pequeño arroyo que todavía se muestra generoso gracias a las importantes lluvias que hemos tenido este año, un galápago leproso al que por cierto le falta una uña (y no precisamente por la lepra) hace gala de su porte mientras decide que no quiere estar tan cerca de un fotógrafo. Pocos seres han conseguido atraer tanto la atención de los niños como las tortugas, unos animales que tradicionalmente han sido y son casi las estrellas indiscutibles en muchísimos de los patios de las casas de nuestras latitudes. La captura de estos quelonios para su mantenimiento en cautividad es precisamente una de las muchas causas de su declive como especie, junto a la alteración de su hábitat y la competencia que desde hace unos años le ofrecen otras especies alóctonas de tortugas introducidas accidentalmente por el ser humano. El deteriorado aspecto que le otorga el frecuente crecimiento de unas algas en su plastrón que a menudo le provocan el desprendimiento de sus placas córneas da el apellido a una especie que queda muy lejos de desarrollar esta conocida enfermedad.

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