domingo, 15 de mayo de 2011

114. la división del trabajo



En estos tiempos que corren, creo que el mero hecho de querer imponer al ser humano un trabajo o una actividad que estén condicionados y separados únicamente por el grupo sexual al que pertenece cada individuo, se está hundiendo ya en lo más profundo de los abismos de nuestra cultura. Creo también que a estas alturas de nuestra propia evolución, sea cultural o biológica, el típico tópico “hombre trabajador, mujer cocinera”, por lo menos en los países económicamente más desarrollados, cada vez lo vemos más como uno de nuestros peores atrasos intraespecíficos, que a duras penas podría conseguir hacernos valer un ápice como personas civilizadas.

No ocurre esto, sin embargo, en el complejo universo de los animales salvajes. En cualquier rama taxonómica que intentemos analizar desde este punto de vista, siempre nos daremos cuenta de que existen unas actividades que sólo desarrollan los machos, otras tareas que son ejecutadas únicamente por las hembras, y otras tantas funciones que se llevan a cabo conjuntamente entre los dos individuos de una misma pareja.

¿Quiere esto decir que en los animales existen pautas conductuales que los incluyan, según el caso, en algún tipo de sexismo? En ningún caso. Entonces, ¿Quién se encarga de gestionar el trabajo de cada miembro de la pareja? ¿En base a qué parámetros toman estas decisiones? Los animales salvajes, como ya sabemos, actúan únicamente de forma instintiva, ya que jamás se someten a la influencia de ningún tipo de intencionalidad, al contrario que lo que suele ocurrir en la especie humana. Los animales llevan varias decenas, y en algunos casos algunos centenares de millones de años, evolucionando tanto física como etológicamente, y nadie tiene que decirle a cada uno lo que tiene que hacer.

Si ponemos un poco de atención, veremos por ejemplo que en los clanes de leones, las hembras, que son más ágiles, dedican una buena parte de su tiempo a la caza, mientras que los machos, más fuertes que ellas, son los encargados de sacrificar su vida si es necesario para defender a sus compañeras de cualquier intrusión en el territorio del clan. En el mundo de las aves, según la especie y poniendo otro ejemplo sobre la mesa, los machos buscan el alimento propio y el de las hembras, que se quedan incubando los huevos en el mismo nido que han construido entre los dos. Más o menos de esta forma es como se gestiona la división del trabajo por sexos en el mundo animal.

Volviendo al hombre, y entendemos como hombre a la especie humana, sea éste macho o hembra, en tiempos ancestrales fue un animal no civilizado, un pre-australopiteco menos inteligente que el actual, que actuaba por puro instinto, sin la influencia de ningún agente externo de tipo cultural que condicionara su propia conducta, exactamente igual que lo ha hecho siempre cualquier animal salvaje del mundo. Antropológicamente hablando, y como mero ejemplo, digamos que se dieron cuenta de que los machos ponían sus vidas en un riesgo menor si se dedicaban a cazar porque físicamente eran más fuertes que sus compañeras, mientras que las hembras, más inteligentes, seguramente cocinarían y transformarían las pieles de los animales en ropajes con mucha más eficacia que los desintelectualizados machos.

Posteriormente a este hecho, la evolución humana, nuestra transformación en animales racionales, e incluso nuestra propia (in)cultura, han terminado inculcándonos una conducta completamente retrógrada donde continuamente confundimos derechos puramente éticos con “obligaciones” (?) culturales, creando un mundo en el que intentamos compatibilizar sin éxito nuestras culturas con los vestigios de nuestros primitivos instintos, perdidos ya en el camino de la evolución.

Ante cualquier posible duda, y con el objeto de evitar todo tipo de malentendidos, en ningún momento la idea de este texto pretende diferenciar o separar a los machos y las hembras de nuestra propia especie y mucho menos justificar cualquier mala conducta derivada del más puro e inútil de los machismos o de los feminismos humanos, sino dar a conocer a través de la más simple, sencilla, y natural etología cuál puede ser el origen de nuestra conducta y cómo la inmensa mayoría de los animales salvajes han aprendido a adaptarse a su nivel físico o intelectual y de esta forma cada sexo, nivel jerárquico o grupo de edad consigue gestionarse sus tareas de la forma más eficaz, eficiente y efectiva posible para su propia especie, sin que en ningún momento sientan la necesidad de que una Consejería de Igualdad y Bienestar Social se tenga que encargar de gestionar el guión de sus vidas desde un despacho con aire acondicionado donde solo se puede ver un montón de papeles aparentemente organizados y una calle con coches y gente desde la ventana, sin haber abierto antes un libro de etología.

domingo, 1 de mayo de 2011

113. camuflaje total


Confundido entre las cañas y la maleza en un punto cualquiera en medio de la campiña, un trozo de madera del suelo entreabre un poco los ojos a plena luz del día para demostrarnos una vez más que no todo es lo que parece.

El chotacabras pardo o cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis) es uno de los representantes de nuestra avifauna menos conocidos por la mayoría de las personas de a pie. Tanto es así, que en algunos lugares donde todavía es una especie relativamente abundante, calculo yo que mucho más del 95% de la población humana de la urbe desconoce completamente no sólo que en la zona concreta donde viva tal población haya chotacabras, sino que también ignoran que en algún lugar del mundo puedan existir unas aves con esta forma tan peculiar, esta fisonomía y estas costumbres.

Muy parecidos en forma a sus parientes lejanos los vencejos pero con un tamaño sensiblemente superior, su camuflaje es tan sumamente perfecto que en la mayoría de los encuentros que hayamos tenido en el campo con alguna de estas aves ni siquiera el hecho de saber dónde está nos ha podido ayudar a separar su inconfundible silueta del entorno donde vive. Tal es su precaución para pasar desapercibido, que este animal jamás se va a preocupar por fabricar un nido. Deposita sus huevos directamente en el suelo, y en caso de ser detectados por algún depredador sólo le bastará con coger los huevos, o los pollos si ya han nacido, y mudarlos a otro bloque de apartamentos en un barrio más seguro.

Este nocturno devorador de insectos acostumbra a descansar durante el día a la sombra de algún matorral, con una inmovilidad que raya en la más extrema de las vagancias, entreabriendo un poco sus enormes ojos únicamente cuando detecta la cercanía de algún peligro, a la vez que espera pacientemente a que el último rayo de sol se escurra del más recóndito de los recovecos del bosque y deje paso a un mundo oscuro donde solo una preparada estirpe de noctámbulos es capaz de subsistir.

Es justo en este momento cuando este pequeño pájaro de madera despierta súbitamente de su latencia y emprende el vuelo con el objeto de dar caza a centenares de pequeños insectos voladores, sus principales presas, abriendo una boca con un tamaño inmensamente superior al que nuestra abandonada inteligencia pueda llegar a imaginar después de ver su minúsculo pico, para atrapar a sus presas en vuelo a gran velocidad con la misma efectividad con la que lo haría la más grande, fuerte y fina de las redes de arrastre de nuestros pesqueros gaditanos.

Sus hábitos nocturnos y sus poco estudiadas y por tanto escasamente conocidas costumbres han hecho que el chotacabras pardo sea una de las especies animales ibéricas menos conocidas; tanto es así que muchos de los mitos que pesan sobre ella, como por ejemplo el de entrar en los establos para robar la leche de las cabras (de ahí su nombre), siguen estando vigentes en las obsoletas mentes de muchos hombres de campo.