jueves, 16 de junio de 2011

116. el sexo en la naturaleza


Como suele ser habitual en casi cualquier especie zoológica que no sea de costumbres gregarias ni suela vivir habitualmente en sociedades o clanes jerarquizados o no, las lagartijas ibéricas (Podarcis hispanica), que casi todo el año han estado viviendo en solitario, antes de que los primeros rayos de sol calienten las piedras del suelo ya se buscan mutuamente como cada primavera para consumar las cópulas y garantizar así la multiplicación generacional de la especie a la que representan.

El notable incremento en la duración de las horas de sol que trae cada año la estación primaveral, conocido entre los científicos y naturalistas como fotoperíodo, modifica provisionalmente el programa mental que gestiona la conducta de estos animales, moviendo a todos los machos de lagartija a buscar urgentemente una compañera reproductora que les permita llevar a cabo las correspondientes paradas nupciales con sus posteriores cópulas, y con ello traer nuevas lagartijas al mundo antes de que el fuerte calor del verano convierta de nuevo la campiña en un tedioso infierno estival.

Las lagartijas ibéricas, cuyo dimorfismo sexual separa claramente a los machos de las hembras, son los más comunes de todos los lacértidos que podemos encontrar por todo el sur peninsular. Prácticamente todos los restaurantes de la naturaleza cuentan con algún plato de lagartija ibérica en su menú, por esto mismo estos animales no tienen más remedio que adaptarse y extremar su productividad prolífica para compensar las bajas en su especie.

Tan pronto como la hembra ponga sus huevos en un lugar seguro y con una apropiada relación entre calor y humedad que garantice una adecuada incubación sin la ayuda del calor de sus padres, los abandonará a su suerte sin tan siquiera preocuparse por ver a los hijos que tan trabajosamente ha engendrado, terminando en este preciso instante su papel de madre, tal como lo hizo su padre justo después de la cópula. En cuanto sus hijos lleguen a la edad adulta, para sus padres no serán más que unos meros competidores sexuales y gastronómicos.

La reproducción, ese milagro de la multiplicación generacional, quizá el principal tabú que existe en el reino humano, en plena naturaleza es sin duda alguna uno de los primeros artículos de la ley fundamental de la supervivencia para cualquiera de los seres vivos que pueblan nuestro planeta.

miércoles, 1 de junio de 2011

115. no sabemos lo que tenemos


Existe un lugar en el centro de Andalucía donde el tiempo se funde con la luz, un entorno en el que la vida salvaje fluye con la misma inercia que mueve al corazón de sus pobladores. En esta película sin guión, donde cualquier error puede cambiar en solo medio segundo el destino de sus protagonistas, los actores se van pasando el papel de unos a otros, cambiando constantemente de predador a presa y de presa a predador; así, día tras día, noche tras noche, las vidas de los distintos seres que pueblan esta parte del mundo se van cruzando mutuamente para matar o morir.

Desde hace miles de años, la especie humana ha ido transformando poco a poco el paisaje de este entorno, introduciendo distintos cultivos como el olivar, la vid o el cereal. Así ha nacido una tierra que nosotros conocemos como campiña, un lugar mágico donde la recia piel de su tierra se encarga de poner color a su abstracto paisaje.

Aquí no existen los fines de semana, de hecho no hay ni un solo día de descanso, ya que hay que comer y dar de comer a los pequeños. Es muy difícil merodear por una tierra como ésta, plagada de depredadores, sin que un par de ojos con alas o garras y unas claras intenciones no actúen de inmediato.

Pero no son los ojos de estos asesinos implacables los únicos que se adueñan de la intimidad de sus víctimas. El objetivo de una cámara que sobresale tímidamente de entre una mezcla más o menos organizada de telas verdes y redes artificiales con forma de hojas también se encarga de saltarse las leyes y violar descaradamente la vida privada de los dueños de la campiña.

En este mundo fuera de las fronteras del asfalto, donde no existe el respeto por la imagen ajena, un equipo fotográfico no demasiado sofisticado y un conocimiento completo de la zona de trabajo y sobre todo de las costumbres de las especies a fotografiar, aparte de una gran dosis de paciencia y perseverancia, son los únicos requisitos que se necesitan para desarrollar con éxito un buen trabajo de espionaje animal.

De vez en cuando se ven rayos sin nubes en mitad de la noche, e incluso a pleno sol, sin ni siquiera haber tormenta; otras veces se oyen unos extraños crujidos que salen de los matorrales, especialmente cuando los animales se mueven o hacen algo. Se trata de los destellos de los flashes y el ruido del obturador de la cámara, que hasta ahora, y al contrario de lo que se suele pensar habitualmente, no parecen causar molestias a la mayoría de las especies salvajes de nuestra fauna.

Día tras día, año tras año, la naturaleza, y no sólo en esta parte del mundo, se está dejando sumergir de forma ya casi irreversible en una serie de cambios que se van notando en todos los aspectos, empezando por la estética del paisaje y terminando, quizá, en los precios de algunos de los productos que vienen de la única empresa del mundo a la intemperie: la Naturaleza.

Deberíamos aprender a cuidar lo poco que nos queda ya. No tiene menos derecho a vivir un cernícalo porque se dedique a matar ratones para comer (los mismos ratones que destrozan las cosechas), ni tampoco un conejito vale más por ser más bonito y parecer un peluche.

Hoy hay naturaleza y hay fotos. Si no se busca un remedio, mañana solo habrá fotos…