domingo, 29 de abril de 2012

122. SOS veneno


Imaginaos por un momento un gran bosque. Un eterno ecosistema tan amplio que es capaz de albergar tal variedad de especies animales y vegetales que ninguna fábula descrita hasta el momento sería capaz de igualar. Aparentemente todos conviven mutuamente, y todos se necesitan y se ayudan aunque sea indirectamente y sin saberlo. El conejo necesita de esa hierba que lo nutre diariamente; el zorro, por otro lado, siempre busca al conejo para poder alimentar su cuerpo de depredador; y el águila imperial ibérica, superdepredador porque se alimenta de otros depredadores, a su vez precisa de la carne del zorro para poder cebar a sus pollos; pero es que cuando muera la reina de las águilas, los buitres, que son los sepultureros del campo, serán los encargados de limpiar el campo de la carroña de nuestra escasa imperial. La misma Naturaleza, ella solita y sin la ayuda de nadie, se va gestionando automáticamente sus propios recursos en función de la disponibilidad de alimento.

De esta forma nunca van a sobrar depredadores, porque ellos crían más lentamente, y a la vez jamás faltarán las presas, puesto que estas, aunque acaben en su gran mayoría dentro de las fauces de sus principales depredadores, son mucho más prolíficas que estos enemigos naturales que las presionan. Este es el secreto que nuestra madre Naturaleza ha estado usando durante millones y millones de años de evolución para mantener el equilibrio ecológico que siempre ha caracterizado a esos ecosistemas que nunca han sido modificados por la mano del hombre.

Un buen (o mal) día, un amante de ese “arte” al cual venimos en llamar “caza”, descubre este paraíso, y decide que este es un buen lugar para pasar sus fines de semana cazando conejos, debido a su abundancia. Pero este hombre, viejo ya, de esos catalogados como grandes conocedores (pero no observadores) de la fauna salvaje (cinegética), considera que en ese lugar hay demasiados zorros, y como menos zorros es sinónimo de más conejos para cazar, no tiene otra ocurrencia más rápida y barata que dedicarse a repartir por todo el campo unos pequeños trozos de hígado rellenos con un poco de esticnina, uno de los más crueles, eficaces y potentes venenos que jamás se hayan creado.

Como es “natural”, caen en la trampa los pretendidos zorros, y a su vez todos los depredadores y consumidores de carne de este gran bosque. Automáticamente, todos los carroñeros que habitan en las inmediaciones y que comen los cadáveres de estos seres envenenados también caen en el agujero de la esticnina. Es el principio del fin, la epidemia que poco a poco, inexorablemente, matará desde dentro a todos los carnívoros de nuestro edén, víctimas de un asesino implacable, quizá accidental e inconsciente, que no ha sabido mantener sus propios recursos.

Al bajar el número de los carnívoros que han ingerido este veneno, sube el de los conejos, justo lo que pretendía esta sabia (y no por vieja) persona, que no contaba con un pequeño detallito: al morir la mayoría de los zorros, caen también sus enemigos naturales, carnívoros como él, que eran los encargados de controlar su población. Algunos de ellos comieron veneno directamente, y otros simplemente se alimentaron de los zorros muertos por el veneno. A partir de este momento ya no hay casi nadie que ponga freno a la proliferación de los pocos zorros que quedaron.

Este depredador, sumamente inteligente porque aparte de gestionar la caza de sus presas también tiene que pensar más que otros depredadores para hallar la forma de huir de sus propios enemigos, tal como acabamos de ver se encuentra de pronto con una subida repentina en el número de sus presas y un descenso en el número de sus enemigos. Resultado: los pocos zorros que han quedado después de la aplicación de este veneno suben su número de una forma vertiginosa.

Esto no es una historia inventada, sino algo que ha pasado ya muchas veces en unos cuantos lugares. Una vez más, caemos en la cuenta de lo poco útil que resulta a veces el ser humano para la Naturaleza, y cómo una intención mal estudiada puede desembocar precisamente en el efecto contrario que se pretendía desde un primer momento.

A partir de ahora los cazadores pensarán que digo tonterías, y los amantes de la fauna dirán que tengo razón. En cualquier caso las estadísticas están ahí y son las únicas que realmente son capaces de hablar por sí mismas. Sentarse en una piedra y mirar el campo con un cuaderno de campo y unos prismáticos es fácil si se tienen ganas.

Si ves cebo o un animal envenenado en el campo, no lo toques y llama.
S.O.S. veneno: 900 713 182.

Texto basado en el capítulo "Tití, mi mejor amigo", de la serie de Félix Rodríguez de la Fuente "La aventura de la vida", emitido el día 21 de mayo de 1974 en Radio Nacional de España.


martes, 20 de marzo de 2012

121. indicadores biológicos


Es curioso hasta dónde ha llegado hoy día la mano del hombre en lo que respecta a la Naturaleza. Es curioso, si cabe, el humor y el optimismo con que nos podemos tomar algunas secuencias de la vida salvaje que ocurren en plena Naturaleza. Hoy día, y a pesar de todo, incluso en el centro de una gran urbe podemos encontrar un trocito de esa Naturaleza que ya hemos empezado a perder hace mucho tiempo. El río Guadalquivir a su paso por Córdoba representa uno de esos ejemplos donde hasta la fauna más agreste y esquiva puede convertirse en urbana.

Existen determinadas especies animales que no están adaptadas a la vida en entornos con unos mínimos de contaminación. Son especies cuya presencia en determinadas zonas delata (al menos teóricamente) la falta o escasez de contaminación en un lugar determinado. A este tipo de animales se les suele añadir en numerosas ocasiones el apelativo de “indicadores biológicos”. A estas alturas es muy difícil encontrarse con uno de estos indicadores biológicos en pleno centro de una gran capital.

Una de las especies animales de las que hablamos es la que está representada por nuestra incansablemente juguetona nutria paleártica (Lutra lutra). Si existe algún animal salvaje en el mundo que tenga la capacidad de desentenderse de sus problemas y a la vez sea capaz de desembocar su conducta en la más lúdica y despreocupada de las actividades de juego, ese animal es nuestra inquieta nutria.

Tanto es así, que este indicador biológico no dudaría en usar una parte del regalo que le hemos hecho al río en forma de contaminación como objeto de juego. Es, no obstante, una paradoja que nunca debería de producirse. A mí, si queréis que os sea sincero, no me hace ni pizca de gracia ver a una nutria jugando con una lata de refresco.

miércoles, 7 de marzo de 2012

120. que viene el lobo


Sobre todo esto ya se ha escrito mucho, tanto que a muchos les parecerá un tema que ralla ya en la más insoportable y aburrida de las pesadeces de los que queremos hacer algo por la Naturaleza, y aunque no es mi pretensión principal ser repetitivo ni caer en los típicos tópicos que todo ecologista debe intentar subrayar antes de morir, sí que considero el tema de la suficiente importancia como para añadirle una página más de mi cuaderno de campo, para lo cual os recomiendo que os sentéis y analicéis cada una de las siguientes palabras con suma atención, ya que, como se suele decir a menudo, no es el león tan fiero como lo pintan, y creo que cuando la mayor parte de la gente habla de los lobos (pastores y prensa incluidos), hay tantas cosas que se dicen y no son, y tantas otras que son y no se dicen, que bien merece la pena invertir unos cuantos minutos de nuestras vidas en documentarnos un poco sobre lo que tanto nos gusta criticar.

Desde tiempos ancestrales, siempre hemos sido educados (yo incluido) y hemos educado a nuestros hijos (y ahí ya no entro yo ni entraré) en base a una cultura que desde hace miles de años siempre a procurado mantener a ciertos animales, como por ejemplo los sapos, las serpientes y los lobos, lejos de todo contacto con el ser humano. Estamos, no obstante, ante uno de los seres más perfectos que ha podido crear naturaleza alguna, en todos los sentidos. Tan perfecto es este animal, fíjense ustedes, que ha sabido aprender a evitar al hombre. Es el recuerdo de mil encuentros con el ser humano lo que ha metido en la cabeza de estos seres que no les conviene meterse con nosotros. Puedo afirmar sin equivocarme que si paseamos en solitario por una zona donde habiten lobos en estado salvaje jamás sufriremos su ataque, aunque tengan hambre, durmamos al raso o incluso cojamos a sus crías. No lo digo yo, los datos están ahí. Y quien quiera afirmar lo contrario, tal como dice David Nieto (autoridad en la conducta del Canis lupus signatus), es que no conoce en profundidad ni los fundamentos de la depredación de los cánidos ni otras particularidades etológicas de esta bella especie.

No sabemos cuando hablamos de lobos, por ejemplo, que muchos ataques de lobos a personas fueron realmente protagonizados por perros asilvestrados criados y posteriormente abandonados por el hombre. Así mismo, hace muchos años era habitual enmascarar oscuros crímenes humanos usando a los lobos como supuestos asesinos. Pero aquellos eran otros tiempos.

Los lobos, o mejor dicho, los cánidos, no cazan cuando tienen hambre. Dicho de otra forma, no es el hambre en sí lo que lleva a una manada de lobos a perseguir a un muflón. Digamos que poseen un instinto de depredación que los lleva a dar caza (o intentar dar caza) a todo animal que se encuentran en su camino que sea lo suficientemente grande como para poder compensar y recuperar la energía que se pierde en cazarlos, tengan hambre o no, y enseguida lo explico. No es habitual que una manada de lobos cace a la primera, de hecho lo raro es que tengan éxito en todos sus ataques a posibles presas. Cada vez que pierden un lance, va mermando su interés en seguir cazando, hasta que de alguna manera “sacian” su “apetito cazador”, momento que suele coincidir, estadísticamente hablando, con el lance definitivo, o sea, cuando pierden a la vez su hambre (al poder comer ya por fin la presa cazada) y sus ganas de cazar. Si tienen mucha suerte y sacian su hambre con una presa cazada demasiado pronto, seguirán cazando aún sin hambre, hasta que vean colmado su estímulo de caza. Recordad estas últimas palabras, porque serán de utilidad más adelante.

Se ha podido comprobar, en las zonas donde conviven lobos con ganado doméstico, que si se mantiene a estos cánidos con una relativa abundancia de sus presas naturales, jamás atacarán al ganado, puesto que para ello tienen que entablar más contacto con el hombre que el que quisieran, lo que les obliga a darse media vuelta e intentar depredar sobre otras especies como ciervos, gamos, jabalís o muflones. Pero si el hombre, en su afán de cazador, acaba con estas potenciales presas en las monterías (muy importantes por el contrario para la nutrición del buitre negro y otros necrófagos, ya lo explicaremos otro día), los lobos no van a tener más remedio que buscar su comida a través de la única alternativa que les hemos dejado nosotros mismos: el ganado doméstico.

Para un cazador experimentado como el lobo, las ovejas son presas demasiado débiles, demasiado fáciles. No pueden huir, y además el lobo que entra en un establo siempre se encuentra con demasiadas cabezas de ganado juntas, a menudo formando rebaños de varios centenares de ejemplares. Cuando una manada de lobos alcanza a uno de estos rebaños, se encuentra con que da caza demasiado pronto y sin apenas esfuerzo a una presa demasiado fácil, sin todavía haber colmado su estímulo de caza. Digamos que, aunque estos lobos ya tengan asegurado su alimento, como dijimos anteriormente su instinto lleva a estos animales a seguir cazando, para lo cual no pierden el tiempo. Los lobos saben que el hombre anda cerca del ganado, por eso en cuanto consuman su instinto predatorio comen raudos de donde pueden y abandonan a toda prisa el lugar, dejándolo todo lleno de cadáveres de ovejas.

Pero aunque explicando la base de la depredación de estos cánidos quizá podamos defender la conducta de los lobos desde el punto de vista etológico, sí que es cierto que nunca podremos justificar las consecuencias de este tipo de comportamiento desde la base del interés antropocéntrico que caracteriza a nuestra especie. Mucho antes de que la mano del hombre descompensara el orden trófico que mantenía el equilibrio ecológico que imperaba en todas las latitudes de la Tierra, los lobos podían autoabastecerse suficientemente con sus presas naturales. Desde el momento en que la actividad humana tomó la voz de mando de una Naturaleza que no entendía y empezó a provocar la escasez estas presas, los lobos no tuvieron más remedio que enfrentarse al hombre para poder nutrirse de su ganado doméstico. Ancestralmente, tradicionalmente diría yo, tanto los lobos como la ganadería extensiva de montaña siempre han sido imprescindibles en nuestra Naturaleza por unos motivos o por otros, y lo más curioso de todo es que estos dos elementos siempre han convivido en armonía mientras hemos sabido compatibilizar a ambos en su medio, pero eso es algo que por desgracia ya no sabemos hacer como antes. Estamos ante uno de los principales retos actuales en cuanto a conservación de especies, y si no ponemos todos de nuestra parte nunca llegaremos a recuperar con la Naturaleza esa simbiosis que perdimos con ella hace ya mucho tiempo.

Yo no me he criado en tierra de lobos, no he sido pastor en tierra de lobos, y tampoco me he puesto una corbata en una reunión burocrática con el lobo como tema principal. Al contrario de lo que me puede pasar con otras especies animales, casi todo lo que sé de lobos es porque lo he leído, me ha informado algún entendido en cánidos o lo he consultado en algún documental especializado, por tanto no puedo decir que sea un experto en lobos. Como decía al principio de este texto, sobre todas estas cosas ya se ha escrito mucho, y se seguirá escribiendo. No obstante, creo que las palabras en favor de algo que se nos hace necesario nunca sobran.

Sabias palabras sobre el lobo son las que se encuentran a veces en algunos libros como por ejemplo el titulado “Etología del lobo y del perro”, de David Nieto Maceín, que como dijimos anteriormente es una autoridad lobera y además una persona que aún habiendo trabajado como pastor en tierra de lobos supo amarlos como debía, precisamente porque conocía al lobo tal y como es en realidad, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Es un libro que recomiendo a todo aquel que quiera saber algo más sobre la conducta y la conservación del lobo en la Naturaleza (y que conste que nadie me ha pagado para decir esto, jejeje).

No debemos olvidar que los lobos, igual que otros tantos animales, están aquí desde mucho antes que nosotros. Poco a poco hemos ido colonizando sus territorios en pro de nuestros intereses, y es ahora cuando estamos pagando las consecuencias. Es muy importante, si vamos a criticar algo, saber de lo que estamos hablando. No vale la excusa de que “lo tuve que matar por si me atacaba”. El peor enemigo del lobo es la ignorancia.

domingo, 29 de enero de 2012

119. la jerarquía del lobo

Creo que no existe afirmación más escasamente estudiada por quien la dice y que haya escuchado en mi vida, con tan poco conocimiento de nuestra propia biología y la de las demás especies animales, y si cabe con tanto y tan exagerado antropocentrismo, que aquella que dice que el ser humano es la única especie animal del mundo que usa el lenguaje para comunicarse. Me voy a atrever a autoinvitarme a llevar la contraria, eso sí, con conocimiento de causa, a toda aquella persona que quiera afirmar tal estupidez, propia sin duda de la más escasa cultura animal que, en consecuencia de lo poco que nos interesan ciertos aspectos de lo más profundo de nuestra esencia salvaje, podíamos tener.

El ser humano, digamos, tiene un lenguaje tan desarrollado para comunicarse con sus semejantes como el que puede tener un lobo, por ejemplo, para hacer lo mismo con otros lobos. Como el que tienen las hormigas para comunicarse con otras hormigas. Como el que tiene un delfín, que se dice que no sabe hablar pero que sin embargo sabe expresarse en lenguaje “cetáceo” como ningún humano lo haría jamás.

Nosotros tampoco sabemos “hablar el idioma” de la mayoría de los animales; por eso, a no ser que nos hayamos hecho con el famoso anillo del rey Salomón, o estudiemos concienzudamente la etología de alguna especie concreta, nunca llegaremos a imaginarnos las grandes capacidades comunicativas que tienen muchos animales para transmitirse entre sí sus intenciones, sus estados anímicos o sus intereses, tanto intra- como interespecíficamente, sin ni siquiera llegar a pronunciar una sola palabra.

La agresividad en los lobos, al igual que entre nuestros queridos perros domésticos, no es una casualidad. No está ahí por azar. Han hecho falta unos cuantos millones de años de evolución para, como ya dije anteriormente en otra de las páginas de mi cuaderno de campo, enseñar a los lobos a no usar sus colmillos para no matar a otros lobos, sino sólo para dar caza a aquellos desgraciados animales que les sirven de para nutrir sus robustos cuerpos de 30 ó 40 kilos de peso.

Creo que en este incierto mundo existen pocos desarrollos conductuales tan simples y complejos a la vez y tan eficaces como el lenguaje en las relaciones jerárquicas de los cánidos, especialmente en el lobo. El lobo, como el hombre, es un ser social. Un ser, al fin y al cabo, obligado de alguna forma a convivir con sus congéneres, a aguantarse los unos a los otros evitando en lo posible esos roces, inevitables eso sí, que de alguna u otra forma pueden llevar, si no existe una coordinación y una “ley” que marque a cada individuo cual es su papel en el clan familiar, a un inevitable enfrentamiento, que de no ser por estos códigos de la conducta y del lenguaje que tienen los lobos y a los que nosotros estamos llamando jerarquía, en el mejor de los casos desembocaría quizá en la muerte de uno de los congéneres que forman parte de la disputa.

Los lobos, como estamos señalando, marcan sus funciones en base a una jerarquía rígida, pero dinámica. Dicho con otras palabras, digamos que en cada manada de lobos siempre existe un “jefe”, que es el que de alguna manera “manda” y dice a los demás lobos qué es lo que tienen que hacer y de qué manera, al que en términos etológicos se le suele llamar individuo “alfa”. Este individuo suele ser un macho, al que le acompaña una hembra también dominante, llamada, de igual modo, hembra alfa. Esta pareja de individuos alfa suele ser la única que puede reproducirse, dentro de las leyes lupinas, en el seno de la manada en cuestión. Por debajo de estos individuos existen otros con menor rango, llamados “beta”. A su vez, por debajo de los lobos beta hay otro rango inferior, y así sucesivamente, hasta llegar a los lobos inferiores y más sumisos, en el último escalón, que se llamarían “omega”.

Las jerarquías de los lobos salvajes no suelen tener variaciones importantes, de forma que un individuo alfa puede permanecer en este puesto durante años. Normalmente los beta y los omega salvajes son cachorros de los mismos alfa de su manada, y si quieren escalar posiciones en su clan suelen limitarse a abandonar el seno del mismo y marcharse a otro lugar para formar una nueva manada. Son relativamente pocos los estudios que se han hecho sobre lobos en estado salvaje, pero cuando se estudia a esta especie en cautividad, que suele ser lo habitual, las cosas cambian mucho. Los lobos cautivos se ven forzados a convivir con sus demás congéneres dentro de un cercado del que jamás pueden salir. A veces los jóvenes quieren “escaparse” para formar una nueva familia y se dan cuenta de que no pueden hacerlo, y es aquí cuando empiezan los problemas. Los cachorros alfa latentes que quieren abandonar la manada para subir escalones jerárquicos de forma rápida no tienen más remedio, en cuanto ven su oportunidad, de retar a sus superiores para poder alcanzar estos puestos. Es por esto que en las manadas cautivas de lobos los alfa no suelen durar más de unos cuantos meses en tales puestos, mientras que en la Naturaleza esta duración suele ser de algunos años.

¿Pero cómo deciden los lobos quién es el líder? Como ya he explicado en otro texto, mediante el más puro y natural de los enfrentamientos físicos, pero eso sí, a través de luchas SIEMPRE ritualizadas, y sobre todo, aunque hay quien no quiere aceptar esta paradoja, mediante luchas pacíficas, lo creáis o no. ¿Y cómo puede una lucha entre dos furiosos lobos que enseñan los colmillos y gruñen ser pacífica? La respuesta es simple: en cuanto uno de los dos lobos se sienta vencido, sólo tendrá que mostrar un gesto de sumisión mediante su complejo lenguaje corporal, sin decir ni una palabra ni tener que huir, lo que pondrá en marcha inmediatamente en el lobo vencedor una de las pautas inhibitorias de conducta más eficaces que ha podido crear nuestro mundo. De esta forma, estos dos llamados feroces animales conseguirán llegar a un acuerdo sin tan siquiera hacerse daño. Y es ahora cuando me acuerdo yo de la famosa Caperucita y el lobo feroz que se comió a la abuelita, al igual que del lobo que pretendía devorar también a los tres famosos cerditos, que a tantos niños han maleducado en materia de medio ambiente; historias, como no podía ser de otra forma, escritas en un antropogenizado lenguaje humano por nuestro querido Homo sapiens, que tantas muertes inútiles ha ocasionado a su propia especie.

Creo que a estas alturas los seres humanos deberíamos aprender mucho de esos seres a los que consideramos alimañas. Tal como decía Konrad Lorenz, considerado el padre de la etología: “¿Qué ocurre con los seres humanos? Ante todo, puedo decirles que hay muchas personas que muestran reacciones extraordinariamente agresivas cuando uno afirma que el hombre es un ser agresivo”.

P.D.: Dedicada a mi abuela Carmen. Ella simplemente ha cumplido con su papel biológico, pero lo que más duele de todo es que uno nunca quiere que una persona cumpla con esa parte del papel de la vida, mas esta es la única ley que no tiene abogado defensor.

martes, 20 de diciembre de 2011

118. una tirada de tejos a gaia


Hace algunos años ya, cuando yo todavía era un niño, realicé con unos cuantos familiares lo que por aquel entonces era el primer gran viaje de mi vida. Iba a meterme 4 ó 5 horas en un coche para viajar hasta Madrid, a un chalé familiar muy cerca de Guadalajara. No es que sea un viaje especialmente largo, pero en aquellos tiempos, cuando solo salía de mi pueblo de semana en semana para recorrer unos escasos 15 km que me separaban de mi familia en otro pueblo cercano, un viaje de cerca de 500 km supondría algo más que una nueva aventura.

Me esperaba nada menos que una visita a la más caótica pero curiosamente organizada de las urbes, ese estresante puzzle de cemento, ruido, coches y personas de todas las culturas, moviéndose sin rumbo ni fin aparente en todas las direcciones que marca la brújula. Para mí, todo aquello representaba un mundo que nunca antes me había llamado la atención pero que paradójicamente, al saber que de una forma casi errática iba a penetrar en lo más hondo de esa gran selva de cemento y alquitrán, empezó a atraer mi curiosidad de una forma digamos que bastante notable.

Una vez que me vi allí dentro, ciertamente nada me impresionaba, ya que desde la altura de mis ojos no conseguía captar la diferencia que había entre las calles por las que transitábamos y las avenidas de mi cercana Córdoba capital.

Nos metimos en uno de esos edificios altos, no me acuerdo si subimos por el ascensor o por las escaleras, y llegamos a un piso unas cuantas plantas más arriba. Allí saludamos a nuestra familia madrileña, y al cabo de un rato me ausenté porque me corroía la curiosidad por saber qué era lo que se escondía detrás de una de las ventanas que daban al exterior. Quería deleitarme con la que suponía una gran vista de aquella enorme ciudad.

Cuando me asomé a aquella ventana me llevé una de las peores decepciones de toda mi vida. Todo, absolutamente todo, desde mi vertical hasta no más allá de lo que me permitía ver el nada nítido y casi invisible horizonte, era una gran masa de edificios, avenidas, calles, coches y personas del tamaño de pequeños renacuajos. Una gran neblina de humo marrón lo cubría todo hasta una cierta altura. Desde allí el cielo no era azul. El estrés subía desde la calle como una plaga expandida por el calor del estío. Asomé la cabeza por la ventana, y lo que más me llamó la atención fue un fuerte zumbido que llegaba de todas partes. De vez en cuando algún claxon bien camuflado en ese zumbido o la sirena de una ambulancia que no conseguía ver venía a engrosar el número de decibelios que llegaban hasta mis oídos.

Inmediatamente metí de nuevo la cabeza en el interior de aquella “madriguera”, y desde entonces tuve claro que lo que a mí realmente me hacia feliz y me hará feliz, y quería que siguiera representándome durante el resto de mi vida, era vagar de noche por los pequeños y últimos manchones de bosque mediterráneo que quedan en mi pueblo a los que yo llamo selvas, llenarme de polvo y sudor mientras andaba descalzo por algún páramo de esa campiña a la que yo llamo sabana, y meterme con el agua hasta el pecho en las frías aguas de mi Carchena casi natal, la que yo creí durante muchos años, qué años aquellos, mi pequeño Amazonas en miniatura.

sábado, 9 de julio de 2011

117. la agresividad humana


Tal y como dice el título de esta página de nuestro cuaderno de campo, hoy vamos a hablar sobre la agresividad humana, pero desde un punto de vista puramente zoo-antropológico, si es que puede existir esa palabra, y sin olvidarnos en ningún momento de su versión paleo-antropológica, que va por otro lado, basándonos principalmente en algunas observaciones y experimentos que han sido realizados y relatados por algunos importantes naturalistas, antropólogos y etólogos a través de lo que los científicos que estudian a nuestra especie llaman “estudio de conducta comparada”.

¿Y qué es eso? Algo tan simple y a la vez tan complejo como analizar nuestra conducta, nuestra psicología o nuestra “etología humana”, llamadlo como queráis, pero comparándola directamente con la de otros animales que de alguna manera siguen unas pautas conductuales paralelas a las nuestras, sean o no similares a las que rigen nuestro comportamiento.

Para ello, qué mejor ejemplo podemos usar que el de los lobos, las gallinas, los ciervos, las cabras montesas… en definitiva animales sociales como nosotros, todos ellos tan distintos, pero sin embargo tan parecidos en sus códigos del lenguaje y sobre todo en sus respectivas jerarquías, unidos principalmente por una conducta de tipo social en la que todos consiguen convivir juntos pero no revueltos, sin una aparente competencia que cruce sus vidas de alguna forma que no sea la apropiada.

Vamos a explicar esto, pero primero vamos a diferenciar a todos los animales en dos grandes grupos: por un lado los carnívoros, esos depredadores armados de uñas, picos y dientes, que son capaces de matar a cualquier enemigo o presa en solo un momento con la furia que les caracteriza, y por otro lado aquellos animales que no tienen armas diseñadas para matar, que si quisieran eliminar a otro ser de una forma eficaz necesitarían estar una semana picándoles en la espalda o propinarles varias cornadas con el consiguiente riesgo de invertir los papeles que esto acarrearía para ellos.

Estos últimos nunca van a morir en sus enfrentamientos con dichas armas, ya que estas armas están diseñadas para no matar. Por muy fuerte que sus cabezas choquen entre sí, pongamos una pelea de ciervos, cabras o muflones como ejemplo, precisamente esas curiosas y variadas formas y curvas que tienen estas cornamentas son lo que permite que jamás lleguen a clavarse en el cuerpo de su rival, y lo que es más curioso, estos animales siempre esperarán a que su oponente esté de frente, jamás lo atacarán por la espalda, pues eso es lo que la evolución ha escrito en sus cerebros que deben hacer siempre. Y cuando uno de los dos se sienta vencido, solo tendrá que darse la vuelta y marcharse, enterrando desde ese mismo instante el hacha de guerra propio y el de su oponente de una forma inmediata y automática.

Imaginaos ahora dos lobos, fieles representantes del otro gran grupo que os contaba, peleando por acceder a un puesto más alto en su desarrollada jerarquía. En una pelea de carnívoros salvajes armados de dientes, al igual que con el otro grupo y aunque roce lo paradójico, es prácticamente imposible que uno de los dos antagonistas muera como consecuencia de dicho combate, por peligrosas y afiladas que sean las armas de su oponente. Cuando uno de los dos se dé cuenta de que es el más débil en el enfrentamiento y no tiene nada que hacer con su competidor, le bastará solo un gesto, solo una pequeña señal, como por ejemplo ofrecer el cuello al vencedor o bajar la cola y ponerla entre las piernas, para inhibir su ataque y acabar con la pelea inmediatamente, sin ocasionar su muerte entre los cuatro potentes y letales caninos de su rival.

Esta es la forma que ha elegido el sabio camino de la evolución para preservar las especies que pueden hacerse daño entre sí, puesto que si en cada pelea se perdiera la vida de uno de los dos irritados contrincantes, probablemente la mayoría de los animales que en algún momento de su vida van a luchar por una hembra, por un territorio o por acceder a un nivel superior de su jerarquía estarían ya extintas. ¿Y cómo se ha conseguido esto? Pues, como acabamos de ver hace sólo unas líneas, con algo a lo que nosotros le hemos dado el nombre de evolución natural, a través de unos cuantos millones de años de cambios psicogenéticos que se han ido transmitiendo muy poco a poco, con paciencia, de generación en generación.

Durante varias decenas de millones de años, al mismo tiempo que les iban creciendo las cornamentas o los colmillos, según la especie, estos animales iban desarrollando unas pautas de conducta que les impedía usar sus propias armas contra otros compañeros de su misma especie. Pasa algo parecido también con los animales venenosos; ellos saben muy bien que necesitan su veneno para cazar, y como consecuencia directa de ello jamás malgastarían ese veneno mordiendo o picando gratuitamente a cualquier animal, a no ser que se sintieran acosados por alguna presencia o actitud inadecuadas en un momento determinado. Para todo esto que os acabo de contar hace falta mucho tiempo de evolución; recordemos que en términos evolutivos el tiempo pasa muy deprisa, y unos cuantos millones de años apenas representan un único escalón en la gran escalera de la evolución natural.

Vale Manolín, me parece muy bonito, usas muchas palabras técnicas, lo cual te hace aparentar razón, pero yo quiero creerte; explícame ahora qué tiene que ver todo esto con la agresividad humana.

Recordemos por un momento lo del estudio de conducta comparada que os decía al principio. El hombre no posee armas naturales propias. No tiene colmillos desarrollados, no es venenoso, ni siquiera tiene uñas afiladas, por no hablar de su fuerza física, que comparativamente hablando deja bastante que desear. Nuestra especie empezó a usar armas fabricadas con piedras hace quizá medio millón de años. Estas armas no eran suyas, no evolucionaron en su cuerpo. Si hablamos de espadas, nos remontamos a unos 7000 u 8000 años. Y las armas de fuego ya ni las mencionamos, ya que las tenemos en nuestras manos desde hace solamente unas cuantas decenas de años.

Digamos que en el tiempo que llevamos usando armas, evolutivamente hablando no hemos tenido tiempo suficiente para desarrollar paralelamente unas pautas de conducta que nos impidan usar esas armas salidas casi de la nada contra nosotros mismos. En consecuencia directa, no sabemos pelear para llegar a un acuerdo instintivamente, pacíficamente si se puede llamar así, sin hacernos daño, tal y como hacen los animales sociales cada día.

Cuando el hombre propina un puñetazo a un compañero de su propia especie, lo hace seguramente debido a un episodio de odio o rencor fugaz y volátil, a causa quién sabe si de alguna tontería sin importancia. Cuando el hombre apunta a un conejo con una escopeta, lo hace por puro ocio, nunca por instinto, porque su cultura se lo ha enseñado así. Cuando el hombre apunta a un grupo de soldados con el cañón de un tanque que no es ni siquiera de su propiedad, lo hace probablemente guiado por los intereses económicos de un superior que lo está coaccionando a hacer algo que se sale de sus principios morales.

Sin embargo, cuando un guepardo mata a una gacela, lo hace por puro instinto, porque lo tiene escrito en su cerebro y no por una conducta cultural, y además siempre matará a una gacela coja, débil o herida, porque sabe elegir a sus presas y además necesita alimentarse de carne y sólo de carne, y nunca matará más gacelas que las que necesita para sí mismo y su prole. Cuando una víbora hocicuda muerde a un ser humano, cuando un escorpión amarillo inyecta su veneno a una persona, incluso cuando un pigmeo caza un elefante para dar de comer a toda su tribu, lo hacen exclusivamente dentro de unas pautas conductuales que obligan a estos animales a defenderse ante una posible agresión de su bípedo antagonista, o en el caso de los pigmeos o cualquier otra etnia estrechamente vinculada a su medio ambiente, para resolver la necesidad de alimentarse. Dicho sea de paso me parece especialmente curioso, queridos lectores de mi cuaderno de campo, que casi todas las mordeduras de víbora y casi todas las picaduras de escorpión se produzcan en la mano. ¿Analizamos?

jueves, 16 de junio de 2011

116. el sexo en la naturaleza


Como suele ser habitual en casi cualquier especie zoológica que no sea de costumbres gregarias ni suela vivir habitualmente en sociedades o clanes jerarquizados o no, las lagartijas ibéricas (Podarcis hispanica), que casi todo el año han estado viviendo en solitario, antes de que los primeros rayos de sol calienten las piedras del suelo ya se buscan mutuamente como cada primavera para consumar las cópulas y garantizar así la multiplicación generacional de la especie a la que representan.

El notable incremento en la duración de las horas de sol que trae cada año la estación primaveral, conocido entre los científicos y naturalistas como fotoperíodo, modifica provisionalmente el programa mental que gestiona la conducta de estos animales, moviendo a todos los machos de lagartija a buscar urgentemente una compañera reproductora que les permita llevar a cabo las correspondientes paradas nupciales con sus posteriores cópulas, y con ello traer nuevas lagartijas al mundo antes de que el fuerte calor del verano convierta de nuevo la campiña en un tedioso infierno estival.

Las lagartijas ibéricas, cuyo dimorfismo sexual separa claramente a los machos de las hembras, son los más comunes de todos los lacértidos que podemos encontrar por todo el sur peninsular. Prácticamente todos los restaurantes de la naturaleza cuentan con algún plato de lagartija ibérica en su menú, por esto mismo estos animales no tienen más remedio que adaptarse y extremar su productividad prolífica para compensar las bajas en su especie.

Tan pronto como la hembra ponga sus huevos en un lugar seguro y con una apropiada relación entre calor y humedad que garantice una adecuada incubación sin la ayuda del calor de sus padres, los abandonará a su suerte sin tan siquiera preocuparse por ver a los hijos que tan trabajosamente ha engendrado, terminando en este preciso instante su papel de madre, tal como lo hizo su padre justo después de la cópula. En cuanto sus hijos lleguen a la edad adulta, para sus padres no serán más que unos meros competidores sexuales y gastronómicos.

La reproducción, ese milagro de la multiplicación generacional, quizá el principal tabú que existe en el reino humano, en plena naturaleza es sin duda alguna uno de los primeros artículos de la ley fundamental de la supervivencia para cualquiera de los seres vivos que pueblan nuestro planeta.

miércoles, 1 de junio de 2011

115. no sabemos lo que tenemos


Existe un lugar en el centro de Andalucía donde el tiempo se funde con la luz, un entorno en el que la vida salvaje fluye con la misma inercia que mueve al corazón de sus pobladores. En esta película sin guión, donde cualquier error puede cambiar en solo medio segundo el destino de sus protagonistas, los actores se van pasando el papel de unos a otros, cambiando constantemente de predador a presa y de presa a predador; así, día tras día, noche tras noche, las vidas de los distintos seres que pueblan esta parte del mundo se van cruzando mutuamente para matar o morir.

Desde hace miles de años, la especie humana ha ido transformando poco a poco el paisaje de este entorno, introduciendo distintos cultivos como el olivar, la vid o el cereal. Así ha nacido una tierra que nosotros conocemos como campiña, un lugar mágico donde la recia piel de su tierra se encarga de poner color a su abstracto paisaje.

Aquí no existen los fines de semana, de hecho no hay ni un solo día de descanso, ya que hay que comer y dar de comer a los pequeños. Es muy difícil merodear por una tierra como ésta, plagada de depredadores, sin que un par de ojos con alas o garras y unas claras intenciones no actúen de inmediato.

Pero no son los ojos de estos asesinos implacables los únicos que se adueñan de la intimidad de sus víctimas. El objetivo de una cámara que sobresale tímidamente de entre una mezcla más o menos organizada de telas verdes y redes artificiales con forma de hojas también se encarga de saltarse las leyes y violar descaradamente la vida privada de los dueños de la campiña.

En este mundo fuera de las fronteras del asfalto, donde no existe el respeto por la imagen ajena, un equipo fotográfico no demasiado sofisticado y un conocimiento completo de la zona de trabajo y sobre todo de las costumbres de las especies a fotografiar, aparte de una gran dosis de paciencia y perseverancia, son los únicos requisitos que se necesitan para desarrollar con éxito un buen trabajo de espionaje animal.

De vez en cuando se ven rayos sin nubes en mitad de la noche, e incluso a pleno sol, sin ni siquiera haber tormenta; otras veces se oyen unos extraños crujidos que salen de los matorrales, especialmente cuando los animales se mueven o hacen algo. Se trata de los destellos de los flashes y el ruido del obturador de la cámara, que hasta ahora, y al contrario de lo que se suele pensar habitualmente, no parecen causar molestias a la mayoría de las especies salvajes de nuestra fauna.

Día tras día, año tras año, la naturaleza, y no sólo en esta parte del mundo, se está dejando sumergir de forma ya casi irreversible en una serie de cambios que se van notando en todos los aspectos, empezando por la estética del paisaje y terminando, quizá, en los precios de algunos de los productos que vienen de la única empresa del mundo a la intemperie: la Naturaleza.

Deberíamos aprender a cuidar lo poco que nos queda ya. No tiene menos derecho a vivir un cernícalo porque se dedique a matar ratones para comer (los mismos ratones que destrozan las cosechas), ni tampoco un conejito vale más por ser más bonito y parecer un peluche.

Hoy hay naturaleza y hay fotos. Si no se busca un remedio, mañana solo habrá fotos…

domingo, 15 de mayo de 2011

114. la división del trabajo



En estos tiempos que corren, creo que el mero hecho de querer imponer al ser humano un trabajo o una actividad que estén condicionados y separados únicamente por el grupo sexual al que pertenece cada individuo, se está hundiendo ya en lo más profundo de los abismos de nuestra cultura. Creo también que a estas alturas de nuestra propia evolución, sea cultural o biológica, el típico tópico “hombre trabajador, mujer cocinera”, por lo menos en los países económicamente más desarrollados, cada vez lo vemos más como uno de nuestros peores atrasos intraespecíficos, que a duras penas podría conseguir hacernos valer un ápice como personas civilizadas.

No ocurre esto, sin embargo, en el complejo universo de los animales salvajes. En cualquier rama taxonómica que intentemos analizar desde este punto de vista, siempre nos daremos cuenta de que existen unas actividades que sólo desarrollan los machos, otras tareas que son ejecutadas únicamente por las hembras, y otras tantas funciones que se llevan a cabo conjuntamente entre los dos individuos de una misma pareja.

¿Quiere esto decir que en los animales existen pautas conductuales que los incluyan, según el caso, en algún tipo de sexismo? En ningún caso. Entonces, ¿Quién se encarga de gestionar el trabajo de cada miembro de la pareja? ¿En base a qué parámetros toman estas decisiones? Los animales salvajes, como ya sabemos, actúan únicamente de forma instintiva, ya que jamás se someten a la influencia de ningún tipo de intencionalidad, al contrario que lo que suele ocurrir en la especie humana. Los animales llevan varias decenas, y en algunos casos algunos centenares de millones de años, evolucionando tanto física como etológicamente, y nadie tiene que decirle a cada uno lo que tiene que hacer.

Si ponemos un poco de atención, veremos por ejemplo que en los clanes de leones, las hembras, que son más ágiles, dedican una buena parte de su tiempo a la caza, mientras que los machos, más fuertes que ellas, son los encargados de sacrificar su vida si es necesario para defender a sus compañeras de cualquier intrusión en el territorio del clan. En el mundo de las aves, según la especie y poniendo otro ejemplo sobre la mesa, los machos buscan el alimento propio y el de las hembras, que se quedan incubando los huevos en el mismo nido que han construido entre los dos. Más o menos de esta forma es como se gestiona la división del trabajo por sexos en el mundo animal.

Volviendo al hombre, y entendemos como hombre a la especie humana, sea éste macho o hembra, en tiempos ancestrales fue un animal no civilizado, un pre-australopiteco menos inteligente que el actual, que actuaba por puro instinto, sin la influencia de ningún agente externo de tipo cultural que condicionara su propia conducta, exactamente igual que lo ha hecho siempre cualquier animal salvaje del mundo. Antropológicamente hablando, y como mero ejemplo, digamos que se dieron cuenta de que los machos ponían sus vidas en un riesgo menor si se dedicaban a cazar porque físicamente eran más fuertes que sus compañeras, mientras que las hembras, más inteligentes, seguramente cocinarían y transformarían las pieles de los animales en ropajes con mucha más eficacia que los desintelectualizados machos.

Posteriormente a este hecho, la evolución humana, nuestra transformación en animales racionales, e incluso nuestra propia (in)cultura, han terminado inculcándonos una conducta completamente retrógrada donde continuamente confundimos derechos puramente éticos con “obligaciones” (?) culturales, creando un mundo en el que intentamos compatibilizar sin éxito nuestras culturas con los vestigios de nuestros primitivos instintos, perdidos ya en el camino de la evolución.

Ante cualquier posible duda, y con el objeto de evitar todo tipo de malentendidos, en ningún momento la idea de este texto pretende diferenciar o separar a los machos y las hembras de nuestra propia especie y mucho menos justificar cualquier mala conducta derivada del más puro e inútil de los machismos o de los feminismos humanos, sino dar a conocer a través de la más simple, sencilla, y natural etología cuál puede ser el origen de nuestra conducta y cómo la inmensa mayoría de los animales salvajes han aprendido a adaptarse a su nivel físico o intelectual y de esta forma cada sexo, nivel jerárquico o grupo de edad consigue gestionarse sus tareas de la forma más eficaz, eficiente y efectiva posible para su propia especie, sin que en ningún momento sientan la necesidad de que una Consejería de Igualdad y Bienestar Social se tenga que encargar de gestionar el guión de sus vidas desde un despacho con aire acondicionado donde solo se puede ver un montón de papeles aparentemente organizados y una calle con coches y gente desde la ventana, sin haber abierto antes un libro de etología.

domingo, 1 de mayo de 2011

113. camuflaje total


Confundido entre las cañas y la maleza en un punto cualquiera en medio de la campiña, un trozo de madera del suelo entreabre un poco los ojos a plena luz del día para demostrarnos una vez más que no todo es lo que parece.

El chotacabras pardo o cuellirrojo (Caprimulgus ruficollis) es uno de los representantes de nuestra avifauna menos conocidos por la mayoría de las personas de a pie. Tanto es así, que en algunos lugares donde todavía es una especie relativamente abundante, calculo yo que mucho más del 95% de la población humana de la urbe desconoce completamente no sólo que en la zona concreta donde viva tal población haya chotacabras, sino que también ignoran que en algún lugar del mundo puedan existir unas aves con esta forma tan peculiar, esta fisonomía y estas costumbres.

Muy parecidos en forma a sus parientes lejanos los vencejos pero con un tamaño sensiblemente superior, su camuflaje es tan sumamente perfecto que en la mayoría de los encuentros que hayamos tenido en el campo con alguna de estas aves ni siquiera el hecho de saber dónde está nos ha podido ayudar a separar su inconfundible silueta del entorno donde vive. Tal es su precaución para pasar desapercibido, que este animal jamás se va a preocupar por fabricar un nido. Deposita sus huevos directamente en el suelo, y en caso de ser detectados por algún depredador sólo le bastará con coger los huevos, o los pollos si ya han nacido, y mudarlos a otro bloque de apartamentos en un barrio más seguro.

Este nocturno devorador de insectos acostumbra a descansar durante el día a la sombra de algún matorral, con una inmovilidad que raya en la más extrema de las vagancias, entreabriendo un poco sus enormes ojos únicamente cuando detecta la cercanía de algún peligro, a la vez que espera pacientemente a que el último rayo de sol se escurra del más recóndito de los recovecos del bosque y deje paso a un mundo oscuro donde solo una preparada estirpe de noctámbulos es capaz de subsistir.

Es justo en este momento cuando este pequeño pájaro de madera despierta súbitamente de su latencia y emprende el vuelo con el objeto de dar caza a centenares de pequeños insectos voladores, sus principales presas, abriendo una boca con un tamaño inmensamente superior al que nuestra abandonada inteligencia pueda llegar a imaginar después de ver su minúsculo pico, para atrapar a sus presas en vuelo a gran velocidad con la misma efectividad con la que lo haría la más grande, fuerte y fina de las redes de arrastre de nuestros pesqueros gaditanos.

Sus hábitos nocturnos y sus poco estudiadas y por tanto escasamente conocidas costumbres han hecho que el chotacabras pardo sea una de las especies animales ibéricas menos conocidas; tanto es así que muchos de los mitos que pesan sobre ella, como por ejemplo el de entrar en los establos para robar la leche de las cabras (de ahí su nombre), siguen estando vigentes en las obsoletas mentes de muchos hombres de campo.

domingo, 17 de abril de 2011

112. mochuelo, ave del año 2011

Casi con la maestría del gran búho real, pero apenas con el tamaño de una paloma, este pequeño y aun relativamente abundante búho de bolsillo está viendo cómo poco a poco se van reduciendo sus ancestrales poblaciones, tradicionales ya en la mayor parte de nuestros viejos olivares, construcciones humanas no necesariamente abandonadas y arboledas de tipo mediterráneo. Este pequeño duende de ojos de azufre, que es nuestra rapaz nocturna más diurna y a la vez la más abundante, es también el encargado de cobrar la renta a todos los animales inferiores a su peso que viven en el piso bajo de la pirámide ecológica de nuestra Naturaleza, la misma pirámide que preside la especie humana desde un poco antes de que el mundo natural empezara a degradarse. Es precisamente esta degradación, entre otras cosas, lo que un día puede acabar con esta singular especie, unas cuantas más que dependen de ella, y con ellas inevitablemente la nuestra también. Esto es algo que todavía no hemos terminado de entender, a pesar de nuestra desarrollada inteligencia, y es que a estas alturas de la vida, el mero hecho de querer proteger a un concreto animal o vegetal todavía suena a una vana excusa más para defender algo que aparentemente sólo interesa a unos pocos colectivos que acostumbran a ponerse camisetas con motivos de tipo naturalista o ecologista y cortar nuestras carreteras con sus pancartas, siempre a favor o en contra de algo o alguien que aparentemente para cualquier ejemplar de Homo sapiens urbano carecen de sentido. ¿Aparentemente? Lo que quizá no sabe todo “sabio de bar” insuficientemente documentado que tanto se queja de toda esta gente es precisamente la poco adecuada para nosotros trascendencia que puede traer tras de sí la desaparición de una sola especie, ya sea animal o vegetal. Sabemos de sobra ya, que en el contexto pura y netamente natural, los animales salvajes no evolucionaron en el campo precisamente para que nosotros los miremos con unos prismáticos o les hagamos una foto, y mucho menos para que los contemplemos detrás de una reja. Los animales representan en su medio algo más que eso. Entre todos forman un todo, cada uno con su cometido, y cada una de las especies es imprescindible para alguna especie más que necesite de alguna forma de las que le rodean. A tal efecto, y como simples ejemplos, digamos que los conejos dan de comer a sus depredadores, la hierba a su vez alimenta a estos conejos, las ratas y las hormigas eliminan buena parte de esos desechos que están donde no deberían estar, los buitres se encargan de limpiar nuestros campos de cadáveres (animales, evidentemente), las abejas son las que se ocupan de llevar a cabo ese gran milagro que es la reproducción entre plantas y árboles para que puedan seguir proporcionándonos oxígeno, los árboles han aprendido a fabricar frutos para que las aves y los mamíferos transporten sus semillas hasta otros lugares, etc. Basta con que rompamos uno solo de los eslabones de la frágil cadena que sujeta a esta gran empresa para que la naturaleza se quede coja y todo el motor de la vida deje de funcionar adecuadamente. Cuando falta una especie que siempre ha estado en un lugar determinado, las demás especies que dependían de ella, directa o indirectamente, tarde o temprano tendrán que optar por adaptarse y evolucionar por otro camino o, en el peor de los casos, al cabo de un tiempo de crisis también se extinguirán. El mochuelo europeo (Athene noctua) es todavía abundante, pero sus poblaciones están disminuyendo notablemente. Solo si conseguimos que a finales de 2011 se haya mantenido o incluso incrementado esta población allí donde haga falta, podremos decir con orgullo que este ha sido realmente el año del mochuelo. Y si encima hemos logrado realzar las poblaciones de otras especies autóctonas y ecológicamente beneficiosas para la Naturaleza, también será en buena parte nuestro gran año.

sábado, 2 de abril de 2011

111. ¿vista de búho?


Casi como si quisieran delatar su silenciosa presencia, los dos grandes cristales oculares de un eficiente cazador, el búho chico (Asio otus), destacan notablemente entre lo más oscuro y frondoso de un espeso manchón de bosque mediterráneo. Dos ojos preciosos que entendemos que dotan de una visión perfecta a un cazador preparado para sobrevivir en lo más oscuro de la noche. No obstante, recientemente se ha podido comprobar, a pesar del tesón que nos caracteriza y que tantas veces nos lleva a casi inventar motivos que nos hagan deleitarnos con algunas cualidades, unas ciertas y otras no tanto, de algunos de nuestros representantes del gran reino animal, que las rapaces nocturnas no ven tan bien en la oscuridad como anteriormente se había querido pensar.

Siempre se había dicho que cualquier estrigiforme tiene tal sensibilidad a la luz que es capaz de ver en una oscuridad casi completa. En general, hasta que se comprobó lo contrario, siempre suponíamos que las lechuzas y los búhos tenían unos ojos hasta 100 veces más sensibles a la luz que los del ser humano con más vitamina A. Sin embargo, no hace mucho que se descubrió, a través de las pruebas que suelen hacer los científicos para poder apoyar sus teorías, que esta hipótesis podía más bien ser un tanto exagerada. A través de estas pruebas, fiándose de ellas incluso más que del análisis de la proporción de conos y bastones presentes en los ojos de estas aves, se ha descubierto que las lechuzas son sólo 2 veces más sensibles a la luz que nosotros, y en el más exagerado de los casos, quizá hasta 10.

Entonces… ¿cómo consiguen estas aves eminentemente nocturnas cazar en oscuridad total animales tan esquivos como pueden ser por ejemplo los ratones de campo, que conocen perfectamente su territorio y que siempre van a tener miles de sitios donde esconderse, sin terminar, en el mejor de los casos, con más hambre que la que ya tenían y sin consumir en su caza más energía que la que se necesita para llevar a cabo la captura de dichas presas?

En las pruebas que os contaba se introdujo a una lechuza blanca (Tyto alba) sana en una gran habitación en total oscuridad, en lo alto de un posadero, y se le observó con una débil luz infrarroja, una luz que al igual que nosotros no pueden ver estas aves, y con unas cámaras especiales que sí pueden captar esta luz. Se le soltó un ratón, que corría y corría por el suelo desnudo, pero la lechuza jamás atacaba. Así podía estar horas y horas, pero nunca llegaba a atacar, porque a la lechuza le era imposible ver u oír a su presa, y por tanto ni siquiera se percataba de su presencia.

Posteriormente se cubrió el suelo de hojas secas, se apagó de nuevo la luz, y se volvió a soltar al ratón. En cuanto el pequeño roedor comenzó a moverse, empezó a producir en esas hojas un ruido minúsculo, el más sutil de los crujidos, justo lo único que necesitaba nuestro cazador para localizar a su presa. Casi sin pensarlo la lechuza se desplomó con las alas cerradas del posadero donde descansaba, abriéndolas para frenar la caída justo antes de tocar el suelo, tal como lo haría un paracaidista, en oscuridad total, calculando la distancia que le quedaba para llegar al suelo sola y únicamente con la ayuda del sonido que producía el ratón al moverse. Pero las garras no caen sobre el ratón. ¿Ha fallado? No, todavía hay que afinar la localización.

Justo en el momento en que la lechuza tocó el suelo, el ratón, de un gran salto, empezó a correr, produciendo mucho más ruido. Con una precisión y una rapidez que ya quisieran para sí el más perfecto de los galgos, en menos de 2 segundos, y guiándose sólo por el sonido, la lechuza ya había atrapado al ratón. Así varias veces, con varias lechuzas.

De esta forma se ha podido comprobar que el oído de las rapaces nocturnas es uno de los más perfectos del mundo. De hecho, podemos afirmar que toda su cara es como una gran oreja. Esa forma tan peculiar que suele tener la cara de casi todas las rapaces nocturnas no es otra cosa que una gran parábola que concentra todos los sonidos, hasta el más mínimo de los rumores, en los oídos internos de estos perfeccionados rastreadores de sombras. Todo esto, unido a su asimetría auricular, o dicho de otra manera, el hecho de que estos animales tengan un oído interno más alto que el otro, es lo que les permite localizar el origen de cualquier mínimo sonido que pueda producir la presa más silenciosa incluso en la más negra de las sombras de la noche.

miércoles, 16 de marzo de 2011

110. agua


El día 22 de marzo celebramos, aunque creo que sin motivos de fiesta, el Día Mundial del Agua. Parece mentira que vivamos en un planeta al que quieren llamar Agua, precisamente por la extrema cantidad de este líquido que contiene esa gran esfera que desde el espacio se ve de un inconfundible color azul agua y que porta nuestras vidas, y que sólo podamos aprovechar una pequeñísima parte de este abundante pero a la vez tan escaso recurso vital.

Hace unos 3.500 millones de años, cuando se estima que empezó a gestarse la primera forma viviente sobre nuestro planeta, no existían animales, ni vegetales, ni hongos… lo único que había era una gran masa de organismos unicelulares que solo se preocupaban de comer y reproducirse, en una especie de mar gigantesco y de poca profundidad al que los científicos llamaban sopa orgánica.

La vida, en cierto modo, empezó en el agua, y podemos decir que desde entonces el agua siempre ha sido imprescindible para cualquier forma de vida que haya existido a lo largo de la historia del mundo, y nosotros, como bien sabemos, somos una forma de vida más. Somos concretamente una forma de vida que necesita unos 300 litros de agua cada día para poder llevar a cabo sus funciones vitales de una forma eficiente (y a veces innecesariamente cómoda), desde la ingesta directa de la citada agua hasta la ducha, pasando por la cocina, la piscina, el inodoro, la agricultura y terminando en ese grifo que gotea sin que nos demos cuenta y que hace desaparecer algo así como 30 litros de agua cada día.

Paralelamente, también compartimos este mundo con una elevadísima cantidad de seres vivos que también consumen agua, entre animales, plantas y demás, y todos necesitamos de este líquido para poder vivir.

De toda el agua que tenemos en el mundo, un 97% es el agua salada de los mares, no potable directamente, y el 3% restante es agua dulce superficial, subterránea y en forma de hielo y nieve. Únicamente el 0,6% de la superficie terrestre está cubierto de agua dulce, la única que nos podemos beber. De ese 0,6% tenemos que descontar el agua biológica (que es el agua que está presente en los seres vivos), el agua de la atmósfera y la humedad del suelo. Nos queda el agua de ríos, lagos y demás, que es un 0,34% del total. Ya mejor no seguimos descontando las aguas contaminadas y la de esos arroyos y ríos que no nos gustan mucho porque tienen un color raro, una espumita sospechosa o huelen mal.

Pues bien, ya sabemos cuánto tenemos para beber hoy. ¿No será este un motivo más que suficiente para dejar de derrochar y tirar porquerías al desagüe y a los ríos?

martes, 1 de marzo de 2011

109. 2011, año internacional de los bosques


En la foto, aunque la niebla no deje verlo bien (que dicho sea de paso, ese era el propósito), un árbol. 100 árboles, un bosque. 1000 árboles, una selva. 1001, nuestro pulmón. Este año que tenemos ya recién terminado de inaugurar celebramos el Año Internacional de los Bosques. Los bosques, esos grandes edenes que literalmente nos dan de comer, son nuestro principal sustento, algo que está incluso por encima de la tan necesaria y casi siempre hasta placentera alimentación, algo que si de pronto desapareciera de la faz de la Tierra probablemente no nos permitiría vivir más que unos pocos días. Los bosques son la gran fábrica del oxígeno que nos permite respirar durante las 24 horas del día. Si se acaban los bosques, se acaba el oxígeno; y si se acaba el oxígeno, se acaba la vida. TODA la vida. Solo la gran selva que rodea a las cuencas de los dos grandes ríos sudamericanos, el Amazonas y el Orinoco, proporcionan una tercera parte del total del oxígeno que se produce en todo el planeta. Es por eso que conocemos a este gran paraíso como el pulmón de la Tierra. Esta selva es tan biológicamente perfecta que lleva 80 millones de años siendo así, tal y como la conocemos actualmente, con los mismos animales, los mismos árboles, los mismos sonidos y los mismos ciclos, ¿para qué cambiar, si este mundo es tan biológicamente perfecto? Pero no todo es tan halagüeño como se está pintando hasta ahora: poco a poco, la mano del hombre ha ido penetrando en lo más profundo de los abismos forestales, destrozando cada año cerca de la friolera de 13 millones de hectáreas de estos grandes santuarios del mundo. Esta superficie es la equivalente a un cuarto del total de nuestra Península. Para que nos hagamos una idea, cada minuto arrasamos con una media de 20 campos de fútbol, pero con árboles incluidos. ¿Queréis asustaros un poco más? Desde hace 300 años hemos aniquilado el 40% de toda la masa forestal que existía a nivel mundial, que se dice pronto. Si seguimos así, la superpoblación provocará que un día seamos tantos pares de pulmoncitos trabajando juntos que necesitaremos más oxígeno del que es capaz de producir todo este gran pulmón que tiene la Tierra, pero quizá este día ya se hayan talado los suficientes árboles como para que este pulmón del que hablamos ya no sea tan grande como hoy. Ese día, el día en que la gacela se vuelva contra el leopardo y le clave su cornamenta, si no nos hemos extinguido ya por cualquier otro motivo, será el día en que el demonio empiece a trabajar en el contrato que ya hemos firmado con él hace ya mucho tiempo. Y es aquí donde llegamos a la conclusión (y no me digáis pesimista precisamente a mi) de esta pequeña historia que no he escrito yo, sino que hemos creado, entre todos, un porcentaje digamos que casi por encima del total de la población de Homo sapiens existente en el planeta, exterminadores de masa forestal y contaminadores de oxígeno, que no sabemos ser personas y que entre todos formamos un terrible y ya casi incurable cáncer en el complejo tejido de esa gran casa nuestra a la que llamamos Tierra. Y termino ampliando una gran frase, no sé muy bien de qué autor, pero que se ha hecho muy famosa ya en muchas de las redes sociales y programas de chat que usamos actualmente la mayoría de los jóvenes de los países desarrollados (económicamente): Querido amigo mal Homo sapiens, seas quien seas, te llames como te llames, te pongas la corbata que te pongas, sólo cuando hayas talado el último árbol, sólo cuando hayas matado al último lince, sólo cuando hayas secado la última gota de agua que quede sobre nuestro ingenuo planeta, sólo en ese instante te darás cuenta, oh joven representante de la más inteligente de las especies animales que existen en el universo, de que no te puedes comer el dinero.

miércoles, 16 de febrero de 2011

108. un rayo multicolor


Pocos animales existen en nuestra avifauna con la rapidez, la maniobrabilidad y la extrema precisión que caracteriza a los gráciles abejarucos cuando cazan en vuelo a los insectos voladores que les sirven para nutrir sus coloridos cuerpos. Hemos visto cientos de veces, en plena naturaleza viva si hemos tenido la oportunidad o en un mero documental, la rapidez con la que un guepardo caza a una gacela o la velocidad a la que un sapo o un camaleón saca su lengua y la vuelve a introducir de nuevo en su boca para atrapar un insecto, pero a veces se nos pueden pasar por alto, quizá porque estemos acostumbrados a verlo demasiadas veces, o bien porque no nos llame mucho la atención, algunos detalles tales como el comportamiento, los métodos de caza y sobre todo la desorbitada agilidad en el aire que caracteriza a uno de los representantes de nuestra fauna más numeroso y, si me dejáis, más bonito, para poder capturar a los insectos voladores de los que se alimenta. En las múltiples ocasiones en las que he podido observar a los abejarucos europeos (Merops apiaster) en el campo hay una cosa que siempre me ha llamado la atención, y no por su espectacularidad, ya que esta estirpe africana, entre el público normal de a pie, desentendido en toda materia de tipo faunístico, nunca ha podido tener el número de fans que reúne por ejemplo el halcón peregrino en sus picados, pero no deja de ser algo impresionante a la vez que efímero, digamos que fuera de lo normal, eso en lo que nunca nos fijamos pero que no por ello debemos dejar que pase desapercibido. Es bastante común en las aves de este género el matar a sus presas, casi siempre insectos, a base de propinarles algunos súbitos golpes contra la rama que usan para posarse. Esto es especialmente importante sobre todo para las abejas, presas comunes y que dan nombre a esta especie, ya que de otra forma correrían el riesgo de ser intoxicados por el veneno de estos insectos. La perfección no existe tampoco ni siquiera en nuestra madre Naturaleza, y a veces al lanzarlo hacia arriba para voltearlo y ponerlo de cabeza para poder tragarlo bien, el insecto se les escurre del pico. Justo en ese preciso instante, y casi con la rapidez de un rayo, tanta que no me deja tiempo ni para seguir al sujeto con la cámara y mantenerlo dentro del encuadre, el abejaruco se impulsa hacia abajo con sus pequeñas patas sindáctilas, abre raudo sus perfectas alas de acróbata y en menos de dos segundos, con un giro cerrado y antes de que la presa tenga tiempo de llegar al suelo, situado a tan solo 30 ó 40 centímetros de la rama que usa para posarse, el abejaruco estará ya de nuevo en su percha con el insecto en el pico.

martes, 1 de febrero de 2011

107. código ético


No todo va a ser salir al campo con una cámara y punto… ¿verdad? Los animales, las plantas, la Naturaleza en general y todo lo que la rodea está formado principalmente por seres vivientes, que sienten exactamente igual que nosotros, y por otros elementos, llamémoslos inertes, tales como piedras, grietas, montañas, llanos, cárcavas, ríos y demás infraestructuras naturales o artificiales que sirven para dar cobijo y en definitiva para proporcionar una cierta dosis de vida a todos estos seres. Si no respetamos todo esto, mañana no tendremos ni un solo ápice de tierra natural sana, ni un solo atisbo de vida. El solo y mero hecho de “ponerse delante de un bicho” con una cámara implica, en mayor o menor medida, causarle algún tipo de molestia al bicho en cuestión, aunque sea mínima. No tiene sentido descuidar ninguno de estos aspectos por coleccionar un par de fotos, y desde mi punto de vista (y creo que desde el punto de vista de cualquiera que ame la vida propia y la ajena) creo que una persona que no sigue unos pasos básicos que le ayuden a causar el mínimo impacto posible al medio natural que le rodea nunca merecerá llamarse “fotógrafo de naturaleza”. Para conseguir todo esto se ha ideado lo que los fotógrafos y naturalistas en general llamamos el Código Ético del Fotógrafo de Naturaleza:

1. La seguridad del sujeto y la conservación de su entorno son siempre más importantes que la obtención de su fotografía.

2. Hay que documentarse ampliamente sobre la biología y el comportamiento de las especies a fotografiar, con el fin de prevenir actuaciones improcedentes. Asimismo, adquirir también los conocimientos técnicos necesarios para abordar con seguridad la fotografía de seres vivos en cada situación que se presente.

3. Solicitar los permisos necesarios a las autoridades competentes para fotografiar especies y enclaves que lo requieran por ley, y si los terrenos son privados, también a sus propietarios. Hay que ser respetuoso con el modo de vida de las personas que viven y trabajan en el medio natural.

4. Para fotografiar fauna, se debe trabajar preferentemente con ejemplares libres y salvajes en su medio natural, sin alterar su normal comportamiento. Hay que evitar las situaciones delicadas como animales incubando o con crías recién nacidas, especialmente en condiciones meteorológicas desfavorables, (frío, lluvia, sol directo…). Si las condiciones permiten el trabajo fotográfico habrá que tomar las máximas precauciones, desistiendo si las crías corren algún peligro.

5. Se evitará en lo posible el traslado de especies para su fotografía en estudio. Se retornarán a su lugar de origen, sin daño alguno, y en el plazo más breve posible, aquellos especímenes que, excepcionalmente, hayan sido tomados de su hábitat, quedando excluidos aquellos que están protegidos por la ley si no se dispone del permiso de las autoridades competentes.

6. Para fotografiar flora, hay que trabajar preferentemente en el campo, evitando arrancar total o parcialmente las especies, quedando excluidas de esta consideración las especies protegidas.

7. No debemos rehuir informar que una fotografía ha sido realizada en condiciones controladas. Las fotos en zoológicos, centros de fauna y similares, pueden suponer una mayor tranquilidad para las especies más escasas y vulnerables.

8. Evitar el corte de ramas y vegetación para camuflar los escondites (hide) que se emplean para la fotografía de fauna salvaje, utilizando preferentemente redes de hojas artificiales o en su defecto ramas muertas y vegetación seca.

9. El camuflaje natural de un nido, manipulado para una sesión fotográfica, debe ser restaurado a su término. Las ramas se atarán mejor que cortarán y, por supuesto, nunca se dejará expuesto el nido a depredadores, a otras personas o a las inclemencias del tiempo.

10. Evitar manipular cualquier elemento mineral o arqueológico de modo que pudiera alterarse irremediablemente la integridad de una formación geológica o paleontológica.

11. Pasar desapercibidos siempre durante nuestro trabajo de campo, no atrayendo la atención del público o de un depredador. No revelar la localización de especies raras o amenazadas, salvo a investigadores acreditados y administraciones competentes que contribuyan a su protección.

12. Hay que mantener siempre limpio el lugar de nuestro trabajo de campo, eliminando también cualquier huella de nuestra actividad.

13. El fotógrafo de naturaleza que trabaje fuera de su país debe actuar con el mismo cuidado y responsabilidad que si estuviera en el suyo propio.

14. Informar a las autoridades de cualquier infracción que observemos contra la Naturaleza, incluidas las actuaciones al margen de la ley que pudieran realizar otros fotógrafos.

15. Colaborar con otros compañeros para mejorar las condiciones de trabajo en la Naturaleza, divulgando al mismo tiempo el presente código ético entre todos aquellos que lo desconozcan.

Fuente: AEFONA (Asociación Española de Fotógrafos de Naturaleza).

lunes, 24 de enero de 2011

106. una jungla de plástico, aluminio y plomo


Muy buenas. Vamos a intentar explicar una cosa sin ofender a nadie. Esto es algo bastante simple, pero muy difícil de comprender para algunas personas, y no por su complejidad, sino porque se sale de esos parámetros que mueven a ciertos individuos de Homo sapiens dentro de sus costumbres, sus querencias, sus aficiones o la cultura que les han sido inculcadas por otros ejemplares de su misma especie. Vamos al lío. En el año 1953 se firmó en España un decreto, el cual terminó en la ya casi olvidada por los cazadores “Ley de Alimañas”, con la que ciertas personalidades políticas de aquel entonces nos invitaban a EXTINGUIR completamente a TODAS las “alimañas” de nuestro país. Se mataron cerca de 2 millones de depredadores, entre ellos lobos, zorros, ginetas, rapaces, linces y casi todas las especies de esos animales que hoy todavía muchos siguen considerando eso, alimañas. Fue por aquel entonces cuando una gran persona a la que todos conocemos muy bien, nuestro querido amigo Félix Rodríguez, hizo gala de su don de la palabra y se atrevió a proponerle al mismísimo Franco que cambiase de idea y le diera la vuelta a la tortilla. Consiguió de forma casi heroica transformar las mentes de los ciudadanos y convertir a esas alimañas en unos animales necesarios para el equilibrio ecológico. El lobo, entre otros, pasó de ser una amenaza para el hombre y el ganado a ocupar las listas de especies protegidas. Un año antes, en 1952, un médico francés introdujo la mixomatosis en unos cuantos conejos, cuyo resultado ya conocéis casi todos. La población de conejos descendió tanto en tan poco tiempo que los pocos depredadores que se alimentan de ellos que quedaron después de la citada ley no consiguieron reponerse suficientemente bien. Sin embargo los conejos, debido a su elevada capacidad reproductora, sí que volvieron a subir su número con una relativa rapidez en algunas zonas. Por otro lado los carnívoros, que dependen de esta especie, son más lentos procreando. Si a todo esto le sumamos que hoy día se siguen exterminando a estos animales, el resultado es que actualmente existe un desequilibrio bastante importante en nuestros ecosistemas (por lo contado anteriormente y por otros muchos factores), y los depredadores que nos quedan son insuficientes para poder mantener a raya a los componentes del piso bajo de la pirámide ecológica. Es por esto que “hacen falta” cazadores, pero hacen falta cazadores por culpa de los cazadores. De los cazadores, de la destrucción de los hábitats, de la introducción accidental o intencionada de especies exóticas… somos la única especie animal capaz de agotar sus recursos. Ahora hay cartuchos, perdigones y todo tipo de basura inorgánica por todas partes. Es eso lo que hoy queda en el campo: una jungla de plástico, aluminio y plomo.

Naturaleza y medio ambiente - Contaminación de plomo en carne de caza - 04/10/10


P.D.: Sapo corredor (Bufo calamita), una bonita joya de nuestras zonas húmedas.

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura.
• Objetivo: Tamron.
• Soporte: Trípode Manfrotto 190XPROB con rótula 484 RC2.
• Accesorios: Ninguno.
• Parámetros:
• Encuadre original.

105. los colores de la noche


El mirador del cerro Don Juan, construido no hace mucho para alzar el valor de uno de los últimos bosques que todavía conservamos en Montilla, descansa una noche más al son de las notas de los mochuelos, los grillos y el viento de la sierra. Y no me equivoco al llamarla sierra, a pesar de las opiniones generalizadas de unos pocos que no ven muchas montañas por aquí, ya que independientemente de cuáles sean las fronteras oficiales marcadas por el ser humano, creo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos que esa gran sierra a la que llamamos Subbética comienza aquí mismo, en la misma falda de la sierra de Montilla. Han hecho falta muchos años de agricultura y cambios paisajísticos para hacernos creer a los habitantes de la urbe que todo el espacio que existe hoy entre nuestra sierra montillana y la frontera legal del Parque Natural de las Sierras Subbéticas no fue en su día un gran bosque.

Por otro lado, debido a las nuevas tecnologías y al abuso de las manipulaciones fotográficas mediante el uso de programas informáticos de todo tipo, a menudo se suele dudar, y con razón, sobre la veracidad de muchas de las imágenes que vemos diariamente. Alguien puede pensar que estos no son los colores reales del cerro, sin embargo lo cierto y verídico es que la noche tiene más colores que el día, si cabe más colores incluso que el Photoshop del que tanto dependen algunos llamados fotógrafos.

Sirva esta imagen para felicitar, aunque con retraso, el ya pasado día de navidad de este año y sobre todo el año (entero) que viene ahora. Como se suele decir, para que se cumplan todos vuestros sueños. Yo no me conformo con poco, tengo varios, pero ya llegará el día de hacerlos realidad; de momento me apañaré con comer tres veces al día, que bueno es en los tiempos que corren.

Dedicada, por supuesto, a alguien que sabe mucho de esta foto.

P.D.: Perdonad tanto retraso sin avisar. Intentaré (jeje) que no vuelva a pasar.

P.D.II: Es probable que a partir de ahora veáis esta foto más de la cuenta, puesto que se está usando para un cartel y algunos menesteres más de tipo divulgativo y conservacionista a nivel local (hablo de Montilla). Sí me gustaría recordar que el cerro Don Juan, al igual que cualquier otro espacio natural (protegido o no) donde conviven mutuamente animales, plantas, hongos y demás seres vivos, es un espacio nuestro, no de un particular o un ayuntamiento, y como tal así debemos mirar por él. Si alguien (un ayuntamiento o quien sea) se gasta un dinero en adecuar una zona concreta para un uso más cómodo para nuestra especie, lo ideal, como personas educadas que somos, es responder adecuadamente. Solo así podremos disfrutar de estos lugares, eso sí, hasta que nosotros queramos, no hasta que los políticos quieran, por aquello de que somos nosotros los que acostumbramos a destrozarlo todo.

• Cámara: Canon EOS 5D + empuñadura.
• Objetivo: Canon EF 28-135mm f/3.5-5.6 IS USM, en 28 mm.
• Soporte: Trípode Manfrotto 190XPROB con rótula 484 RC2.
• Accesorios: Disparador remoto.
• Parámetros: 180 segundos, f/4.5, ISO 50, creo recordar que 13 disparos de flash para iluminar los dos olivos que salen en la imagen (el resto es luz natural y algún restillo de luces parásitas de algunos pueblos, que en mi caso me han venido bien para darle ese tonillo rosa a la parte de abajo del cielo), y espejo levantado (no sé muy bien para qué, sinceramente).
• Encuadre original.

104. niebla


No me habléis de criterio fotográfico, la he hecho así intencionadamente. Un día nuboso, un barco, y al fondo la costa de África.

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura.
• Objetivo: Canon EF 100-400 f/4.5-5.6L IS USM.
• Soporte: Trípode Manfrotto 190XPROB con rótula 484 RC2.
• Encuadre original.

103. luceros


Y una vez más no sé qué demonios poner en el texto.

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura.
• Objetivo: Canon EF 100-400 f/4.5-5.6L IS USM.
• Soporte: Trípode Manfrotto 190XPROB con rótula 484 RC2.
• Accesorios: Duplicador de 2x de Canon.
• Detalles: Encuadre original.

102. de noche


Cae la noche en la campiña, y al son de los quejidos del búho chico la luna de plata se alza deslumbrante y… venga hombre, tanta poesía ya, ¡¡¡A TRABAJAR, QUE SE HAN ACABADO LAS VACACIONES!!!

P.D.: Nocturna.

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura Canon BG-E7.
• Objetivo: Canon EF-S 17-85mm f/4-5.6 IS USM, en 17 mm.
• Soporte: Trípode Manfrotto 190XPROB con rótula 484 RC2.
• Parámetros: Exposición larga, espejo levantado y esas cosas.
• Accesorios: Disparador remoto y flash disparado 3 veces.
• Encuadre original.

101. puro nervio


Durante una representación teatral, la misma presidenta del colectivo que gestiona la obra hace a su vez las veces de apuntadora, en un entorno donde el estrés por querer verlo todo bien hecho es la nota dominante. Una organización perfecta detrás de los escenarios sirve para organizar el caos y permitir que las cerca de 2000 personas que asisten al evento se vayan a casa con un buen sabor de boca.

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura Canon BG-E7.
• Objetivo: Canon EF-S 17-85mm f/4-5.6 IS USM, en 17 mm.
• Soporte: Ninguno.
• Accesorios: Ninguno.
• Encuadre original.

100. la jungla de la luz


Un “forrajal” en los escombros de un cortijo viejo, y mucho calor. Desde fuera se ve feo, muy feo, pero si te metes dentro la cosa cambia. Tienes que imaginarte que eres otro bicho, si no no te sale. Los humanos no son (repito: son) bien recibidos ahí.

P.D.: No sé si os habéis fijado pero ya va esto por 100 fotos. No puedo hacer otra cosa que daros las gracias por aguantarme y por pedirme que esto siga adelante. Mmmmm… gracias :P

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura.
• Objetivo: Canon EF 100-400 f/4.5-5.6L IS USM.
• Soporte: Trípode Manfrotto 190XPROB con rótula 484 RC2.
• Accesorios: Duplicador de 2x de Canon.
• Detalles: Encuadre original.

99. al rojo vivo


-Yo: Perdona, sólo por curiosidad… ¿es legal, un día normal y corriente, bañarse en una fuente pública?
-Sr. Guardia: ¿Tú crees que nosotros podemos hacer algo aquí?

Es curioso que la mezcla de luces en el fondo de este “open-flash” sea de rojos y amarillos. Aparte de la foto de la semana, también os dejo con un video con una selección de fotos, a ver si os gusta.



Y ya de paso, también podíamos ver unos cuantos videos más, muy cortitos por cierto, o por lo menos no tan largos como el tiempo que he estado dedicándole a estas fotos para que ahora podáis disfrutarlas. En ellos vemos a tres personas que llevan mucho tiempo siendo campeones del mundo de unos deportes muy relacionados entre sí, pero a la vez poco conocidos para la mayoría de vosotros. Estos tres, aparte de ser españoles, también han conseguido llegar al puesto en el que están sin que ninguno de sus seguidores haya causado destrozo alguno en el mobiliario urbano ni haya aumentado su éxtasis en pro de algo que no le da de comer. Dicho sea de paso, y por si hay confusiones, los aficionados al fútbol de Montilla os habéis portado relativamente bien en este sentido, o por lo menos según he podido ver yo. Espero que os gusten los videos y las fotos.

Raúl Rodríguez, campeón del mundo de acrobacia en parapente:
http://www.youtube.com/watch?v=eGle0b46ETo
http://www.youtube.com/watch?v=pGzpNBopfNk

Ramón Morillas, campeón del mundo de paramotor:
http://www.youtube.com/watch?v=LTa0cxivsFk

Ramón Alonso, campeón del mundo de acrobacia aérea:
http://www.youtube.com/watch?v=b6nromn_yTM

• Cámara: Canon EOS 7D + empuñadura Canon BG-E7.
• Objetivo: Canon EF-S 17-85mm f/4-5.6 IS USM, en 17 mm.
• Soporte: Ninguno.
• Accesorios: Flash Canon Speedlite 580EX.
• Encuadre original.