domingo, 23 de diciembre de 2012
127. la reina del río
viernes, 23 de noviembre de 2012
126. nuestro patrimonio más valioso
Las recientes lluvias de los últimos días han hecho cambiar tanto el paisaje que todavía hoy me sorprendo cuando me asomo a alguna zona que hace poco más de un mes tenía un aspecto que poco se parece al actual. Un delicado manto verde inunda desde hace unas semanas el oscuro tapiz de la gran sierra septentrional de Andalucía, aclarando su piel hasta un nivel que en muchas zonas bien podría parecerse a ese claro y brillante verdor de las sierras del norte de nuestro país.
Bien entretenido estaba yo fotografiando estos cambios paisajísticos con el teléfono móvil para enviarle la imagen a un amigo a través de uno de estos modernos programas de chat que usamos hoy día casi todos los habitantes de la urbe para que viera lo bonito que estaba el paisaje estos días en esta parte de la sierra, cuando justo al girarme para volver sobre mis pasos y llegar hasta donde tenía el coche me encuentro con este fantasma, cara a cara, a tan poca distancia de mis incrédulos ojos que tuve incluso que dar un par de pasos hacia atrás y recoger el teleobjetivo que colgaba de mi hombro hasta los 150 mm de distancia focal para poder conseguir una fugaz foto de su figura sin que ninguna parte de su cuerpo se me saliera fuera del encuadre.
Algo buscaba nuestro amigo, su conducta dejaba entrever su escasa prisa; su atención, aparentemente pasiva, estaba tan sumida en su propósito que apenas me dedicó una efímera y despreocupada mirada de reconocimiento interespecífico. Ni corto ni perezoso se levantó, se acercó todavía más a mí, atravesó la valla por debajo y siguió su campeo lentamente con el orgullo que corresponde al que es probablemente el más perfecto de todos los matadores solitarios del Paleártico.
Así, queridos seguidores de mi cuaderno de campo, es como me he topado yo con este bello animal, al margen de la opinión que pueda tener quien piense que la simple realización de una mera foto lleva siempre necesariamente implícita la correspondiente molestia al animal protagonista de dicha imagen. Digo esto porque he oido a mucha gente criticar a los fotógrafos linceros (incluido un servidor) y después los he visto hacer cosas en el campo que ya quisiera para sí el más hipócrita de los ecologistas de salón. Desde luego, si hubiera que presentar un video de los hechos como prueba junto a cada acusación que se hace, pocos envidiosos iban a tener la valentía de tirar esa primera piedra de la que tanto se suele hablar.
Bien está que el lince lo disfruten los naturalistas profesionales que trabajan con él (en la mayoría de los casos con resultados positivos), bien está que el lince los disfruten los paseantes y senderistas que de forma fortuita se crucen con él en alguna de sus caminatas de domingo bañado por el sol, bien está que disfrute del lince su propia madre cuando éste todavía no ha alcanzado la edad propia de la emancipación, bien está que lo disfruten incluso los monteros cuando arma en mano se disponen a patear la sierra en busca de algún ungulado que les alegre el día... pero también está bien, pienso yo, que unos pocos que respetamos al gran gato (y todos los que hemos compartido esos lugares que todos los linceros conocemos sabemos o creemos saber de qué pie cojea cada observador) disfrutemos también de su presencia y sus observaciones con el respeto que siempre le hemos tenido. Quien realmente conoce al lince sabe que una persona que permanece estática como una gárgola durante todo el día en uno de esos lugares públicos difícilmente va a provocar molestias a nuestro querido protagonista, pero otra cosa bien distinta es actuar de cualquier manera que sea claramente intrusiva sin dejarles vivir su vida, persiguiendo una asquerosa foto como único fin.
Al lince hay que protegerlo, y pienso yo que una de las muchas formas que existen para hacerlo es, por ejemplo, publicando imágenes suyas y haciendo a la vez de divulgador científico de los beneficios que aporta esta especie en el equilibrio de nuestra biodiversidad. No hay mejor forma de fomentar el amor a la Naturaleza que actuar como comunicadores de nuestro patrimonio natural. Como ya dije en otra ocasión, escribir es fácil si se tienen ganas y tambien si se conoce bien el tema sobre el que se está escribiendo, y bien sabe quien me conoce y me lee que es precisamente eso lo que yo intento, aunque a veces no llegue a conseguir que el número de lectores sea demasiado alto. Sinceramente, con que alguien capte el mensaje de lo que intento transmitir y cambie de alguna manera su conducta en pro de una mejor conservación de nuestra Naturaleza, yo me doy más que por satisfecho. Sólo en esos casos merecen la pena tanto el tiempo como el dinero que se me van en esto, que bien podría invertir en descansar en el brasero de mi casa leyendo un buen libro, o bien en salir los sábados por la noche para encontrar esa novia que todos los esclavos de las costumbres impuestas por la cultura humana me aconsejan para "quitarme los pájaros que tengo en la cabeza", pero que sin embargo invierto en algo que no me da de comer, pero sí que me da ganas de comer, y eso creo que es importante. Y si encima consigo que algunos miren al campo con mejores ojos, mejor.
Quizá sea cierto que hoy día hay más gente en el campo observando linces "por culpa", como dicen, de las innumerables publicaciones que se hacen en todos los medios disponibles, sobre todo en internet (lo cual, en principio, no tiene por qué tener consecuencias tan dramáticas), pero en cambio creo que también hay más amantes de nuestros gatos gracias a esas publicaciones de las que hablamos tanto en un sitio como en otro. Precisamente, uno de los atractivos con que el Parque Natural de la Sierra de Andújar, el Parque Natural de las Sierras de Cardeña y Montoro y el Parque Nacional de Doñana se venden a sí mismos es el lince ibérico, así que vamos a observarlo mientras lo podamos hacer de alguna forma inocua y legal, pero con el respeto que se merece. En general, y hablo en términos estrictamente estadísticos, creo que no nos portamos tan mal en el campo; otra cosa son los coleccionistas de fotos que se hacen llamar naturalistas, una minoría por cierto, pero suficientes para manchar la reputación del más respetuoso de los amantes reales de la Naturaleza.
Por otro lado, y cambiando ya de tercio, los más puristas de la fotografía de naturaleza reiterarán una y otra vez, y además con toda su razón, que esa valla algo difusa de la imagen, tan odiada como inoportuna cuando no la queremos en las fotos, no es precisamente uno de esos elementos que se vayan a encargar de realzar la fuerza de la imagen, si es que esta imagen puede tener fuerza, pero yo creo que el momento vivido vale más que cualquier mero montón de píxeles.
Pongo la imagen en vuestras manos para que me digáis (no seáis malos, jeje) si la valla es algo que destroza la imagen o si por el contrario podemos considerarlo como algo propio desde hace ya unos años en la mayoría de los territorios de nuestros grandes gatos. Pongo en vuestras manos también el texto, para que reflexionemos sobre los riesgos que puede tener y de hecho tiene actualmente el turismo verde, y para que también, en base a lo explicado, sepamos elegir mejor el color de la ropa que nos ponemos y el volumen de voz que usamos con vuestros semejantes cada vez que paseamos por algún espacio natural protegido en cualquier tarde de domingo, porque si es cierto que en la mayoría de los casos el paseante lleva la mejor intención del mundo en ese entorno que desea visitar, también hay que tener en cuenta que muchas veces, sin quererlo, podemos causar alguna pequeña molestia a la fauna, que con unas mínimas nociones sobre comportamiento y educación ambiental podríamos evitar fácilmente.
De esta forma, cuando volvamos de nuestras jornadas de observación, de fotografía o de paseo, quizá lo hagamos con más y mejores imágenes en nuestro archivo o en nuestra retina, que también podremos utilizar o no como embajadoras de nuestro gran gato cerval, y tanto los agentes de la autoridad como los guardas estarán más conformes con nuestra conducta.
viernes, 2 de noviembre de 2012
125. la mansión del gran monje
Hace ya bastantes horas que aprieta el sol en uno de los muchos bosques mediterráneos que nutren de oxígeno el todavía impoluto aire del norte de Extremadura, para muchos el paraíso de las aves en España, cuando un adulto de buitre negro extiende una de sus grandes alas para intentar proteger a su único pollo del tórrido sol estival que impera ya desde hace muchas semanas en lo alto del nido en pleno mes de julio.
El buitre negro, que con sus casi tres metros de envergadura ostenta orgulloso el título y el honor de ser ave más grande de Europa y una de las especies orníticas más voluminosas y pesadas del mundo, poco a poco va abriéndose hueco en nuestras no demasiado grandes extensiones forestales, subiendo lentamente su demografía a un ritmo que suaviza desde hace ya algún tiempo la preocupación de ornitólogos y conservacionistas, pero que aun así nos recuerda que aun no podemos bajar la guardia, al menos de momento.
Catalogado desde el año 2008 como “Casi Amenazado” según la Categoría Mundial IUCN, y como “Vulnerable” en la Categoría España IUCN en 2004, a nivel mundial la población de buitres negros se puede mantener, pero si hablamos sólo de España la situación es menos favorable, de hecho esta especie estuvo en grave riesgo de írsenos de las manos hace ya algunas décadas. Concretamente en los años 70 contábamos con sólo unas 200 parejas, frente a las cerca de 2440 que se estiman actualmente en base a los datos obtenidos en el Censo Nacional desarrollado por SEO/BirdLife en el año 2006.
El uso de venenos no selectivos (como ya se dijo en otro artículo) y las malas prácticas de los coleccionistas de huevos (por suerte ya casi extintos) han influido mucho en la situación que ha sufrido durante años esta especie, muy fácil de confundir a simple vista con la figura de su poco más pequeño hermano, el buitre leonado.
Después de una larga y calurosa sesión, me atrevería a decir incluso que aburrida (ya que la fenología reproductiva del buitre negro es una de las "digestiones reproductivas" más pesadas de nuestras latitudes y, estadísticamente hablando, en un solo día no suele pasar nada que sea realmente interesante desde el punto de vista de la dinámica fotográfica), del madrugón padre y de un viaje en coche de 5 horas hasta llegar a casa de madrugada mas el precio del respectivo combustible de la ida y de la vuelta (10 horitas a 2700 rpm), de la comida y en definitiva de todo lo relacionado con la realización de la foto, que dicho sea de paso salió de mi bolsillo, uno se acuesta tranquilo (tarde, pero tranquilo) con la convicción de que el viaje para ver a esta gran joya de nuestra fauna ha merecido la pena. A decir verdad, siempre merecen la pena los kilómetros, el dinero invertido y el esfuerzo en general, aunque no se hagan fotos a la primera (que suele ser lo habitual), ya que siempre se aprende algo y se viven cosas imposibles de plasmar en una imagen o en las letras manuscritas de un cuaderno de campo.
lunes, 8 de octubre de 2012
124. el fantasma de sierra morena
Llevo un tiempo ya detrás del gato. No es fácil verlo de cerca, y mucho menos fotografiarlo en condiciones. Es un fantasma. Cuando lo ves, sabes que estás viendo un fantasma. El fantasma de Sierra Morena, de hecho. Alguien me ha dicho hace poco que al lince no se le ve, al lince se le intuye. Será por eso que es un fantasma. Llevo varias horas acurrucado entre los matorrales y estoy entumecido; esta mañana hacía frío, después vino el calor y el veranillo del membrillo, y ahora vuelve a bajar la temperatura. No sé si para desperezarme un poco o por esa intuición de la que hablábamos, pero me pongo en pie, me doy la vuelta para revisar el paisaje y allí está. Con toda la tranquilidad del mundo, detiene su marcha lo justo para mirarme largamente durante unos segundos. Pero aparte de aprendiz de naturalista, a veces intento ser fotógrafo. Levanto la cámara como puedo con el trípode colgando debajo (recordemos que estaba sentado y me levanté) y le tiro 4 fotos. Y como si yo no fuera más preocupación para él que la remota posibilidad de que le espantara a su conejo nuestro de cada día, deja de mirarme y se pierde lentamente, pasito a pasito, en lo más profundo de la sierra. El resultado, este fugaz cruce de miradas detenido en el tiempo.
miércoles, 23 de mayo de 2012
123. dame tu mano, hermano
domingo, 29 de abril de 2012
122. SOS veneno
martes, 20 de marzo de 2012
121. indicadores biológicos
Es curioso hasta dónde ha llegado hoy día la mano del hombre en lo que respecta a la Naturaleza. Es curioso, si cabe, el humor y el optimismo con que nos podemos tomar algunas secuencias de la vida salvaje que ocurren en plena Naturaleza. Hoy día, y a pesar de todo, incluso en el centro de una gran urbe podemos encontrar un trocito de esa Naturaleza que ya hemos empezado a perder hace mucho tiempo. El río Guadalquivir a su paso por Córdoba representa uno de esos ejemplos donde hasta la fauna más agreste y esquiva puede convertirse en urbana.
Existen determinadas especies animales que no están adaptadas a la vida en entornos con unos mínimos de contaminación. Son especies cuya presencia en determinadas zonas delata (al menos teóricamente) la falta o escasez de contaminación en un lugar determinado. A este tipo de animales se les suele añadir en numerosas ocasiones el apelativo de “indicadores biológicos”. A estas alturas es muy difícil encontrarse con uno de estos indicadores biológicos en pleno centro de una gran capital.
Una de las especies animales de las que hablamos es la que está representada por nuestra incansablemente juguetona nutria paleártica (Lutra lutra). Si existe algún animal salvaje en el mundo que tenga la capacidad de desentenderse de sus problemas y a la vez sea capaz de desembocar su conducta en la más lúdica y despreocupada de las actividades de juego, ese animal es nuestra inquieta nutria.
Tanto es así, que este indicador biológico no dudaría en usar una parte del regalo que le hemos hecho al río en forma de contaminación como objeto de juego. Es, no obstante, una paradoja que nunca debería de producirse. A mí, si queréis que os sea sincero, no me hace ni pizca de gracia ver a una nutria jugando con una lata de refresco.
miércoles, 7 de marzo de 2012
120. que viene el lobo
Sobre todo esto ya se ha escrito mucho, tanto que a muchos les parecerá un tema que ralla ya en la más insoportable y aburrida de las pesadeces de los que queremos hacer algo por la Naturaleza, y aunque no es mi pretensión principal ser repetitivo ni caer en los típicos tópicos que todo ecologista debe intentar subrayar antes de morir, sí que considero el tema de la suficiente importancia como para añadirle una página más de mi cuaderno de campo, para lo cual os recomiendo que os sentéis y analicéis cada una de las siguientes palabras con suma atención, ya que, como se suele decir a menudo, no es el león tan fiero como lo pintan, y creo que cuando la mayor parte de la gente habla de los lobos (pastores y prensa incluidos), hay tantas cosas que se dicen y no son, y tantas otras que son y no se dicen, que bien merece la pena invertir unos cuantos minutos de nuestras vidas en documentarnos un poco sobre lo que tanto nos gusta criticar.
Desde tiempos ancestrales, siempre hemos sido educados (yo incluido) y hemos educado a nuestros hijos (y ahí ya no entro yo ni entraré) en base a una cultura que desde hace miles de años siempre a procurado mantener a ciertos animales, como por ejemplo los sapos, las serpientes y los lobos, lejos de todo contacto con el ser humano. Estamos, no obstante, ante uno de los seres más perfectos que ha podido crear naturaleza alguna, en todos los sentidos. Tan perfecto es este animal, fíjense ustedes, que ha sabido aprender a evitar al hombre. Es el recuerdo de mil encuentros con el ser humano lo que ha metido en la cabeza de estos seres que no les conviene meterse con nosotros. Puedo afirmar sin equivocarme que si paseamos en solitario por una zona donde habiten lobos en estado salvaje jamás sufriremos su ataque, aunque tengan hambre, durmamos al raso o incluso cojamos a sus crías. No lo digo yo, los datos están ahí. Y quien quiera afirmar lo contrario, tal como dice David Nieto (autoridad en la conducta del Canis lupus signatus), es que no conoce en profundidad ni los fundamentos de la depredación de los cánidos ni otras particularidades etológicas de esta bella especie.
No sabemos cuando hablamos de lobos, por ejemplo, que muchos ataques de lobos a personas fueron realmente protagonizados por perros asilvestrados criados y posteriormente abandonados por el hombre. Así mismo, hace muchos años era habitual enmascarar oscuros crímenes humanos usando a los lobos como supuestos asesinos. Pero aquellos eran otros tiempos.
Los lobos, o mejor dicho, los cánidos, no cazan cuando tienen hambre. Dicho de otra forma, no es el hambre en sí lo que lleva a una manada de lobos a perseguir a un muflón. Digamos que poseen un instinto de depredación que los lleva a dar caza (o intentar dar caza) a todo animal que se encuentran en su camino que sea lo suficientemente grande como para poder compensar y recuperar la energía que se pierde en cazarlos, tengan hambre o no, y enseguida lo explico. No es habitual que una manada de lobos cace a la primera, de hecho lo raro es que tengan éxito en todos sus ataques a posibles presas. Cada vez que pierden un lance, va mermando su interés en seguir cazando, hasta que de alguna manera “sacian” su “apetito cazador”, momento que suele coincidir, estadísticamente hablando, con el lance definitivo, o sea, cuando pierden a la vez su hambre (al poder comer ya por fin la presa cazada) y sus ganas de cazar. Si tienen mucha suerte y sacian su hambre con una presa cazada demasiado pronto, seguirán cazando aún sin hambre, hasta que vean colmado su estímulo de caza. Recordad estas últimas palabras, porque serán de utilidad más adelante.
Se ha podido comprobar, en las zonas donde conviven lobos con ganado doméstico, que si se mantiene a estos cánidos con una relativa abundancia de sus presas naturales, jamás atacarán al ganado, puesto que para ello tienen que entablar más contacto con el hombre que el que quisieran, lo que les obliga a darse media vuelta e intentar depredar sobre otras especies como ciervos, gamos, jabalís o muflones. Pero si el hombre, en su afán de cazador, acaba con estas potenciales presas en las monterías (muy importantes por el contrario para la nutrición del buitre negro y otros necrófagos, ya lo explicaremos otro día), los lobos no van a tener más remedio que buscar su comida a través de la única alternativa que les hemos dejado nosotros mismos: el ganado doméstico.
Para un cazador experimentado como el lobo, las ovejas son presas demasiado débiles, demasiado fáciles. No pueden huir, y además el lobo que entra en un establo siempre se encuentra con demasiadas cabezas de ganado juntas, a menudo formando rebaños de varios centenares de ejemplares. Cuando una manada de lobos alcanza a uno de estos rebaños, se encuentra con que da caza demasiado pronto y sin apenas esfuerzo a una presa demasiado fácil, sin todavía haber colmado su estímulo de caza. Digamos que, aunque estos lobos ya tengan asegurado su alimento, como dijimos anteriormente su instinto lleva a estos animales a seguir cazando, para lo cual no pierden el tiempo. Los lobos saben que el hombre anda cerca del ganado, por eso en cuanto consuman su instinto predatorio comen raudos de donde pueden y abandonan a toda prisa el lugar, dejándolo todo lleno de cadáveres de ovejas.
Pero aunque explicando la base de la depredación de estos cánidos quizá podamos defender la conducta de los lobos desde el punto de vista etológico, sí que es cierto que nunca podremos justificar las consecuencias de este tipo de comportamiento desde la base del interés antropocéntrico que caracteriza a nuestra especie. Mucho antes de que la mano del hombre descompensara el orden trófico que mantenía el equilibrio ecológico que imperaba en todas las latitudes de la Tierra, los lobos podían autoabastecerse suficientemente con sus presas naturales. Desde el momento en que la actividad humana tomó la voz de mando de una Naturaleza que no entendía y empezó a provocar la escasez estas presas, los lobos no tuvieron más remedio que enfrentarse al hombre para poder nutrirse de su ganado doméstico. Ancestralmente, tradicionalmente diría yo, tanto los lobos como la ganadería extensiva de montaña siempre han sido imprescindibles en nuestra Naturaleza por unos motivos o por otros, y lo más curioso de todo es que estos dos elementos siempre han convivido en armonía mientras hemos sabido compatibilizar a ambos en su medio, pero eso es algo que por desgracia ya no sabemos hacer como antes. Estamos ante uno de los principales retos actuales en cuanto a conservación de especies, y si no ponemos todos de nuestra parte nunca llegaremos a recuperar con la Naturaleza esa simbiosis que perdimos con ella hace ya mucho tiempo.
Yo no me he criado en tierra de lobos, no he sido pastor en tierra de lobos, y tampoco me he puesto una corbata en una reunión burocrática con el lobo como tema principal. Al contrario de lo que me puede pasar con otras especies animales, casi todo lo que sé de lobos es porque lo he leído, me ha informado algún entendido en cánidos o lo he consultado en algún documental especializado, por tanto no puedo decir que sea un experto en lobos. Como decía al principio de este texto, sobre todas estas cosas ya se ha escrito mucho, y se seguirá escribiendo. No obstante, creo que las palabras en favor de algo que se nos hace necesario nunca sobran.
Sabias palabras sobre el lobo son las que se encuentran a veces en algunos libros como por ejemplo el titulado “Etología del lobo y del perro”, de David Nieto Maceín, que como dijimos anteriormente es una autoridad lobera y además una persona que aún habiendo trabajado como pastor en tierra de lobos supo amarlos como debía, precisamente porque conocía al lobo tal y como es en realidad, con sus cosas buenas y sus cosas malas. Es un libro que recomiendo a todo aquel que quiera saber algo más sobre la conducta y la conservación del lobo en la Naturaleza (y que conste que nadie me ha pagado para decir esto, jejeje).
No debemos olvidar que los lobos, igual que otros tantos animales, están aquí desde mucho antes que nosotros. Poco a poco hemos ido colonizando sus territorios en pro de nuestros intereses, y es ahora cuando estamos pagando las consecuencias. Es muy importante, si vamos a criticar algo, saber de lo que estamos hablando. No vale la excusa de que “lo tuve que matar por si me atacaba”. El peor enemigo del lobo es la ignorancia.
domingo, 29 de enero de 2012
119. la jerarquía del lobo
Creo que no existe afirmación más escasamente estudiada por quien la dice y que haya escuchado en mi vida, con tan poco conocimiento de nuestra propia biología y la de las demás especies animales, y si cabe con tanto y tan exagerado antropocentrismo, que aquella que dice que el ser humano es la única especie animal del mundo que usa el lenguaje para comunicarse. Me voy a atrever a autoinvitarme a llevar la contraria, eso sí, con conocimiento de causa, a toda aquella persona que quiera afirmar tal estupidez, propia sin duda de la más escasa cultura animal que, en consecuencia de lo poco que nos interesan ciertos aspectos de lo más profundo de nuestra esencia salvaje, podíamos tener.
El ser humano, digamos, tiene un lenguaje tan desarrollado para comunicarse con sus semejantes como el que puede tener un lobo, por ejemplo, para hacer lo mismo con otros lobos. Como el que tienen las hormigas para comunicarse con otras hormigas. Como el que tiene un delfín, que se dice que no sabe hablar pero que sin embargo sabe expresarse en lenguaje “cetáceo” como ningún humano lo haría jamás.
Nosotros tampoco sabemos “hablar el idioma” de la mayoría de los animales; por eso, a no ser que nos hayamos hecho con el famoso anillo del rey Salomón, o estudiemos concienzudamente la etología de alguna especie concreta, nunca llegaremos a imaginarnos las grandes capacidades comunicativas que tienen muchos animales para transmitirse entre sí sus intenciones, sus estados anímicos o sus intereses, tanto intra- como interespecíficamente, sin ni siquiera llegar a pronunciar una sola palabra.
La agresividad en los lobos, al igual que entre nuestros queridos perros domésticos, no es una casualidad. No está ahí por azar. Han hecho falta unos cuantos millones de años de evolución para, como ya dije anteriormente en otra de las páginas de mi cuaderno de campo, enseñar a los lobos a no usar sus colmillos para no matar a otros lobos, sino sólo para dar caza a aquellos desgraciados animales que les sirven de para nutrir sus robustos cuerpos de 30 ó 40 kilos de peso.
Creo que en este incierto mundo existen pocos desarrollos conductuales tan simples y complejos a la vez y tan eficaces como el lenguaje en las relaciones jerárquicas de los cánidos, especialmente en el lobo. El lobo, como el hombre, es un ser social. Un ser, al fin y al cabo, obligado de alguna forma a convivir con sus congéneres, a aguantarse los unos a los otros evitando en lo posible esos roces, inevitables eso sí, que de alguna u otra forma pueden llevar, si no existe una coordinación y una “ley” que marque a cada individuo cual es su papel en el clan familiar, a un inevitable enfrentamiento, que de no ser por estos códigos de la conducta y del lenguaje que tienen los lobos y a los que nosotros estamos llamando jerarquía, en el mejor de los casos desembocaría quizá en la muerte de uno de los congéneres que forman parte de la disputa.
Los lobos, como estamos señalando, marcan sus funciones en base a una jerarquía rígida, pero dinámica. Dicho con otras palabras, digamos que en cada manada de lobos siempre existe un “jefe”, que es el que de alguna manera “manda” y dice a los demás lobos qué es lo que tienen que hacer y de qué manera, al que en términos etológicos se le suele llamar individuo “alfa”. Este individuo suele ser un macho, al que le acompaña una hembra también dominante, llamada, de igual modo, hembra alfa. Esta pareja de individuos alfa suele ser la única que puede reproducirse, dentro de las leyes lupinas, en el seno de la manada en cuestión. Por debajo de estos individuos existen otros con menor rango, llamados “beta”. A su vez, por debajo de los lobos beta hay otro rango inferior, y así sucesivamente, hasta llegar a los lobos inferiores y más sumisos, en el último escalón, que se llamarían “omega”.
Las jerarquías de los lobos salvajes no suelen tener variaciones importantes, de forma que un individuo alfa puede permanecer en este puesto durante años. Normalmente los beta y los omega salvajes son cachorros de los mismos alfa de su manada, y si quieren escalar posiciones en su clan suelen limitarse a abandonar el seno del mismo y marcharse a otro lugar para formar una nueva manada. Son relativamente pocos los estudios que se han hecho sobre lobos en estado salvaje, pero cuando se estudia a esta especie en cautividad, que suele ser lo habitual, las cosas cambian mucho. Los lobos cautivos se ven forzados a convivir con sus demás congéneres dentro de un cercado del que jamás pueden salir. A veces los jóvenes quieren “escaparse” para formar una nueva familia y se dan cuenta de que no pueden hacerlo, y es aquí cuando empiezan los problemas. Los cachorros alfa latentes que quieren abandonar la manada para subir escalones jerárquicos de forma rápida no tienen más remedio, en cuanto ven su oportunidad, de retar a sus superiores para poder alcanzar estos puestos. Es por esto que en las manadas cautivas de lobos los alfa no suelen durar más de unos cuantos meses en tales puestos, mientras que en la Naturaleza esta duración suele ser de algunos años.
¿Pero cómo deciden los lobos quién es el líder? Como ya he explicado en otro texto, mediante el más puro y natural de los enfrentamientos físicos, pero eso sí, a través de luchas SIEMPRE ritualizadas, y sobre todo, aunque hay quien no quiere aceptar esta paradoja, mediante luchas pacíficas, lo creáis o no. ¿Y cómo puede una lucha entre dos furiosos lobos que enseñan los colmillos y gruñen ser pacífica? La respuesta es simple: en cuanto uno de los dos lobos se sienta vencido, sólo tendrá que mostrar un gesto de sumisión mediante su complejo lenguaje corporal, sin decir ni una palabra ni tener que huir, lo que pondrá en marcha inmediatamente en el lobo vencedor una de las pautas inhibitorias de conducta más eficaces que ha podido crear nuestro mundo. De esta forma, estos dos llamados feroces animales conseguirán llegar a un acuerdo sin tan siquiera hacerse daño. Y es ahora cuando me acuerdo yo de la famosa Caperucita y el lobo feroz que se comió a la abuelita, al igual que del lobo que pretendía devorar también a los tres famosos cerditos, que a tantos niños han maleducado en materia de medio ambiente; historias, como no podía ser de otra forma, escritas en un antropogenizado lenguaje humano por nuestro querido Homo sapiens, que tantas muertes inútiles ha ocasionado a su propia especie.
Creo que a estas alturas los seres humanos deberíamos aprender mucho de esos seres a los que consideramos alimañas. Tal como decía Konrad Lorenz, considerado el padre de la etología: “¿Qué ocurre con los seres humanos? Ante todo, puedo decirles que hay muchas personas que muestran reacciones extraordinariamente agresivas cuando uno afirma que el hombre es un ser agresivo”.
P.D.: Dedicada a mi abuela Carmen. Ella simplemente ha cumplido con su papel biológico, pero lo que más duele de todo es que uno nunca quiere que una persona cumpla con esa parte del papel de la vida, mas esta es la única ley que no tiene abogado defensor.